Cuando empezó la nada
Vio y escuchó la ceremonia del Grito de Independencia del 2020 en su aparato de televisión. En principio le resultó extraño que el hombre meciera la bandera de un lado para otro y tocara la campana con tanta emoción, como si una multitud vitoreara a los héroes que nos dieron patria desde la gran plaza donde no había ni una sola alma. Todo estaba desierto como nunca había ocurrido desde que el 15 de septiembre por la noche es celebrado el momento en que empezó el levantamiento contra los españoles. Era, lo repito, el 2020, y lo peor de la pandemia del Covid-19 estaba por llegar, para luego dar paso a que la curva se aplanara y después se fuera de boca hasta el suelo.
Así que nadie, o casi nadie, celebró como en otros tiempos cuando se hacían chalupas, pambazos, pozole y muchos litros de tequila ayudaban a que el espíritu patrio llegara directo al corazón, aunque para el desfile del 16 la mayor parte de los desfilantes parecieran zombis que se tropezaban con la infame cruda que ni don Hidalgo, y menos don Costilla, sintieron al descubrir que ya no se podría dar marcha atrás y quedarían hechos difuntos (en el caso de que uno sea don Hidalgo y otro don Costilla, como afirmaba el letrado Fox). Cuando mucho, y ya resultó un atrevimiento irresponsable, algunos agregaron a la exigua familia dos invitados, pero nada que ver con otros años.
El 2020 tendrá que ser visto como parte de un pasado que es mejor se quede en un recuerdo absurdo, borroso en la memoria que en este caso no es terca porque por todos los medios buscó olvidarlo.
Sin embargo hoy el último ser humano en la tierra, casualmente habitante de estos lares del paste y la palanqueta, abrió los ojos y encontró una banderita tricolor anclada en la tierra del patio sin plantas de su casa, porque la hierba buena y mala no puede ser considerada flor de ningún tipo.
De alguna manera había sobrevivido a la pandemia más larga y mutante de todos los tiempos, pero sobre todo la más vil porque año con año fue tragándose la ilusión y esperanza de muchas personas, que juraban la nueva vacuna fabricada en los laboratorios del Patronato Universitario sería la salvación no solo de esta entidad del son de Nicandro Castillo, sino del país y en última instancia del mundo entero. Eso se pensaba hasta que fue descubierto el desfalco que se hizo con los recursos de fundaciones a nivel mundial, y que la mentada vacuna era pura agua destilada coloreada de azul.
Así que pasado quién sabe cuántos años se levantó y por vez primera desde que fue escondido por sus padres en esos cuartos a prueba de todo, y capaces de mantener con vida a sus moradores hasta que el cielo anunciara que la pandemia había terminado, abrió la puerta de su claustro, caminó por lo que todavía quedaba de su casa y temeroso se asomó a la calle que no se extrañó encontrar llena de agujeros gigantescos como si una lluvia de meteoritos hubiera azotado el planeta. Y no, no era nada de eso. Sucedía que desde que una presidenta municipal y su consorte dejaron el poder, no hubo poder humano que rellenara los baches que de alguna manera cobraron vida y rechazaron cualquier sistema de compostura.
De tal modo que caminó hacia ningún, habló con el viento, dirigió palabras memorables para que pudieran ser inscritas en la historia que un futuro imposible las leyera. Habló con la nada, levantó su voz educada en los asuntos de la locución y sin darse cuenta, igual que 30 años antes, cuando era el 2020, se despidió de nadie, recordó a nadie y por último se olvidó de él mismo y el 15 de septiembre que hacía mucho tiempo quedó extinguido en la memoria popular.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta