LAGUNA DE VOCES

Baila mientras alumbre la vela

“Hay que bailar en tanto no se apague la vela”, decía mi padre cuando recordaba la fiesta del 25 de agosto en el pueblo de sus años mozos, animada por el sonido de un solo violín y una noche tan oscura que perseguía la nostalgia de los que acababan fundidos con las estrellas sin que lo supieran.

A falta de luz, una vela marcaba el rito de las festividades, en un baile que podía prolongarse mientras iluminaba lo suficiente los pasos de quienes bailaban gustosos un día al año en honor a San Miguel, oportunidad única para enamorarse de la vida en los ojos de una mujer hermosa que marcaría el destino infinito de todos sus descendientes.

Sin embargo la expresión de mi padre iba más allá de la fiesta del pueblo, y ahora que lo comprendo, tenía que ver con decirnos a sus hijos, a sus nietos muchos, que la vida puede ser una vela como la del Macario de Traven, que ilumina al ser prendida apenas unas esquinas de la caverna que es la existencia humana, después se convierte en una tea ardiente esplendorosa, hasta que empieza a parpadear con la irremediable certeza de que se apagará cuando uno empieza a pensar que será eterna.

Otras, tan frecuentes como la vida que consideramos normal por llevarnos de este mundo en la edad madura, la vela no aguanta siquiera el soplo breve del aire de verano y se apaga con la sorpresa del que parte de manera sorpresiva víctima de una accidente o enfermedad, pero con un dolor tan profundo, tan desgarrador en los que se quedan, que llevan a las conjeturas constantes de que es absurdo y que solo Dios puede tener una explicación.

Bailar en tanto no se apague la vela es aprovechar la oportunidad única de vivir, así, simple y sencillamente vivir, lo que implica amar con absoluta voluntad cada una de las cosas que se hagan a lo largo de un día, más si se trata del asunto entrañable de la querencia, porque pasado el tiempo no habrá nueva oportunidad como la que ofrece el cariño, ese que tanta falta hace a la humanidad misma.

También es la posibilidad de reencontrar los caminos que se han perdido bajo la oscuridad de las equivocaciones, el desinterés por descubrirle a la vida el sentido real, que nada o poco tiene que ver con lo que se esfuma igual que la vela que es la existencia.

Baila mientras le vela no se apague, porque al menos en lo que conocemos no habrá otra oportunidad, como no sea lamentarse diariamente por lo que se perdió entre la incapacidad para comprender que solo tenemos una luz, a veces parpadeante pero constante, única, la que se nos otorgó en el momento justo en que nacimos.

Baila con ganas, con profunda vocación de creer, de tener fe en la exquisita belleza de los días que se nos regalan para ser los que nos miramos en la edad que todo era posible a fuerza de quererlo nadamás. No importa si la edad nos hace rengos por un paso mal dado, por una caída de la que pensamos ya nunca podríamos levantarnos. El asunto es aprovechar la luz de la vela, que cuenta el tiempo que nos queda, pero también el que está a la mano para querer vivir.

Por eso, nadamás por eso, supe que las fiestas del pueblo que vivió mi padre en su juventud eran las mejores que hayan existido, y lo sabían de corazón con la alegría pueblerina de los que conocen del campo, de las estrellas únicas en esos lugares.

Ahora lo comprendo, y me da gusto, me despierta cada vez que la tristeza que anticipa las sombras, llega de pronto, sopla con la maldad de querer apagar todo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

Related posts