Las tinieblas de la desesperanza
Dicen los que saben de la historia milagrosa del ser humano, que hubo tiempos aquellos en que brujos de barba blanca y cayado en la mano, lograban que el cielo se pusiera en tinieblas y que el sol obedeciera sus conjuros para ocultare en el cielo que en pleno día dejaba ver las estrellas, el firmamento entero y el terror de los humildes habitantes del mundo de esas épocas.
Tanto era el poder de esos magos, hechiceros, brujos, aliados del demonio mismo, que si no recibían la obediencia eterna de los que azorados miraban el cielo y suplicaban por el regreso del astro rey, podían dejar a oscuras hasta la eternidad la tierra. Y nadie, absolutamente nadie podía en ese entonces, puede ahora concebir la simple idea de que la luz deje de ser luz.
Y por eso, cuando espantados del prodigio milagroso o maligno del hombre que controlaba el sol, que se ocultaba paso a paso, un cuarto, la mitad, terminaban todos por rogar, pedir perdón, suplicar por el regreso de los cielos azules, las aguas cristalinas por los rayos solares, a cambio de lo que aquel de barba blanca y cayado en mano quisiera pedirles.
Porque, lo sabían, vaya que lo sabían, ni el oro más puro, ni la joya, ni la posesión más preciada vale lo que vale una sola luz proveniente del cielo, proveniente de la misma mano de Dios que para algunos era el mismo sol, para otros el rayo, pero nunca uno tan poderoso como el que hace que el día sea día.
Oculto en su totalidad por la luna (eso ahora lo sabemos), el astro rey solo dejaba ver su corona, un hilo circular luminoso pero relleno de una oscuridad tan terrible que espantaba, daba el terror absoluto del que queda ciego, en las tinieblas. Entonces prometían dar todo lo que estuviera a su mano a cambio de que el hechicero lanzara el conjuro y devolviera la vida a la tierra.
Y un pase milagroso en el aire de pronto abría la noche. El sol regresaba, se hacía más y más grande, hasta que de pronto iluminaba la noche diminuta que se hacía tiempo pasado de manera casi instantánea. La vida podía seguir, pero el hechicero de barba blanca y cayado en mano era semidiós hasta que el tiempo lo eclipsara.
La misma vida es así. Hasta que pasa la noche. Hasta que el mago que traemos en el corazón un día cualquiera decide olvidar la tristeza, la amargura de la noche en el corazón, y salimos a la calle, y miramos a quienes amamos, y decimos te amo de corazón.
Y resplandecientes de sol esperamos, con esperanza y fe, nunca vuelva a eclipsarse la voluntad de la felicidad, y se pierdan en el olvido los hechiceros malévolos que cíclicamente regresaban para oscurecernos el camino.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta