LAGUNA DE VOCES

  • Nada del otro mundo

Hace mucho tiempo que estoy convencido de la existencia de fantasmas en mi oficina. No del tipo que presentan en las películas, dedicados a espantar a cuanto mortal se les atraviesa; tampoco estilo Gasparín y por lo tanto amigables. Ni lo uno ni lo otro. Vaya pues son una especie en extinción que ya pocos pueden ver, y esa indiferencia a la postre los llevará a la muerte definitiva. Con lo anterior no digo que estén vivos, pero tampoco difuntos y quien quiera que alguna vez haya tenido la sensación de que andan por ahí, entenderá a lo que me refiero. Es decir también que pueden ser recuerdos de uno mismo, y como es de todos sabido y reconocido, la mejor forma de crear seres que nos acompañarán hasta la eternidad, es recordándolos. Por eso alguna vez mi cuñada preguntó si era una señora mayor de pelo chino, pero no, o al menos no es lo que he distinguido cuando escribo y tengo que voltear a la puerta del lugar donde trabajo, con la seguridad de que alguien anda por ahí. He visto sí a una niña con abrigo azul que le llega debajo de la rodilla y va con una anciana a lo que no se le distingue el rostro. Con lo anterior no quiero asustar a nadie, y mucho menos que me crean. Seguro es producto del miedo que a veces da ponerse a escribir en un lugar tan alejado de la redacción general, y a donde de plano nadie va por lo lejos, y porque casi nunca hay nada de qué hablar a las horas del cierre que casi siempre pasan de las once de la noche. O sea que uno se queda solito, su alma y sus recuerdos que a veces adquieren por lo menos forma, y se divierten asomándose por la puerta, o de plano a la pantalla de la computadora, y ahí si no hay poder humano que le obligue a uno buscar los ojos curiosos. Es mejor quedarse quieto-quieto, no mover ni un músculo y esperar a que se vayan la señora y la niña de abrigo azul marino. Como quiera que sea no son malas personas, o malos recuerdos, porque nunca han querido asustarme como Dios manda. Simplemente comprueban que ande por ahí, que no sea yo otro aparecido, y que por lo tanto se mantenga el riguroso equilibro de los que se dicen vivos y los que se dicen difuntos. A veces incluso he llegado a extrañarlas. Pueden pasar meses y meses sin dar signos de vida, o lo que sea que que son. Pero una noche, de repente, si esperarlas incluso, ahí están, quitadas de la pena pelando tamaños ojos la niña y la anciana, sin dejarse ver con claridad, sólo un algo que puede ser producto de que no están ni en un lado ni en otro. Pero repito que deben ser buenas personas, porque a veces, cuando el sueño me gana y me quedo dormido en el sillón de la oficina, llegan y me dicen que todo estará bien, que no hay de qué preocuparse, que hay tiempo. Tiempo para qué no entiendo, pero hay tiempo. Entonces he llegado a pensar que son ángeles de la guarda perdidos, que no encuentran la forma de regresar, o que soy yo el que se quedó extraviado en ninguna realidad. Sólo lo pienso por unos momentos, y luego sé que no tengo razón, que vienen por el puro gusto de saludar, ver que ahí me encuentro y llevar noticias buenas a quienes a lo mejor preguntan por mi. Es decir que traen mucho de tranquilidad, y por eso insisto que no tienen nada que ver con fantasmas que espantan o de los que son amigables. Son lo que son, y por esto entiendo los mejores recuerdos de mi infancia, de mí presente, y seguramente también de mi futuro, si es que lo tengo.

            Eso es lo que a veces pasa en mi oficina. Nada del otro mundo.

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

Como quiera que sea no son malas personas, o malos recuerdos, porque nunca han querido asustarme como Dios manda. Simplemente comprueban que ande por ahí, que no sea yo otro aparecido, y que por lo tanto se mantenga el riguroso equilibro de los que se dicen vivos y los que se dicen difuntos.

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