LAGUNA DE VOCES

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Una mota de polvo en el mar 

El vidrio que cubre la mesa del comedor siempre ha servido para explicar la extensión del universo, y nuestra galaxia, la Vía Láctea, queda reducida a una motita de polvo, tal vez menos porque los descubrimientos sobre la inmensidad del cosmos cada vez nos reducen a ser una partícula microscópica, invisible a la vista sin ayuda de aumento. Probablemente en un futuro inmediato descubramos que el vecindario donde nos encontramos es aún más pequeño, de nivel atómico.

De tal modo que la mesa cuadrada con una carpeta blanca de tela vaporosa sí puede almacenar el universo conocido y el que estamos por conocer. Color chocolate oscuro, la madera con que fue fabricado el mueble, sirve con exactitud para comprender que muy probablemente la mayor parte sea espacio vacío, absurdo y sin razón alguna de ser. La nada que siempre nos espantó desde que nacimos.

Mirar abajo del vidrio con ribetes tallados, lleva siempre a comprender la diminuta importancia que tiene el ser humano en una historia que de tan grande cuando menos provoca risa con nuestras preocupaciones porque un virus mutante, igual al que mencionaba el poeta chiapaneco Sabines, quiera desaparecernos. Porque la realidad es que hemos desaparecido miles de veces, unas por catástrofes espaciales, otras porque nos gusta acabarnos unos a otros hasta no dejar rastro de que ya estuvimos por estos mismos rumbos.

Nos repetimos y de algún modo lo único que recordamos es que debemos acabar con la memoria ancestral, esa que nos podría dar testimonio de que hagamos lo que hagamos, o dejemos de hacer lo que dejemos de hacer, estamos condenados a no dejar rastro de nada, absolutamente nada, cuando hayan pasado los millones, billones de años que implican borrar el capítulo en que aparecimos y luego desaparecimos.

Alguien tendrá que ser el último ser humano que cierre la puerta de la esperanza porque ya estará solo, dispuesto al momento cumbre en que se cierran los ojos y todo desaparece para solo reaparecer en otra mente, otros que solo sabrán que es tiempo de volver a intentarlo.

Deberá ser así, como hace millones, billones de años sucede con puntualidad, con exactitud.

No, no es asunto de diluvios porque eso solo afecta la tierra. Es asunto de que el universo entero exhale su último aliento y muera por billones y billones de años, hasta que todo explote de nueva cuenta, o el que todo lo crea con la palabra decida regresar a caminar entre la nada que luego se convertirá en algo.

En tanto, siempre con la vista fija en la mesa color chocolate oscuro, adornada con una carpeta blanca deshilada y cubierta con un vidrio, confirmo que nuestro intento por ser eternos será eternamente vano, porque la eternidad solo se entiende a partir de que estamos condenados a la finitud, a que todo acabe tarde o temprano.

Así que el Covid-19 con todo y el temor que desata, también se irá, tendrá que irse.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta