Hojas de planta y de papel
Una planta de sombra que había sobrevivido al olvido, acabó totalmente seca apenas miró el jardín. Estaba tan acostumbrada a la oscuridad, que no dudó en espantarse y primero hacerse la difunta ante tanta posibilidad de vida, para luego dejarse morir sin que nadie entendiera un proceder tan absurdo.
Luego que unas oficinas fueron parcialmente cerradas, se procedió a sacar lo que fuera útil, pero junto con algunos escritorios mochos y sillas apenas capaces de mantenerse en la vertical, la planta que cuando recién comprada lucía hojas gigantescas de un verde intenso, fue olvidada sin ninguna mala intención.
No había quien la mirara, y de no ser por la manía de las señoras de la limpieza de pasar el trapo por el polvo que simplemente vuela de un lado a otro en un lugar encerrado, y echarle agua a ese personaje verde que todavía no creía haber caído en el olvido absoluto, seguro hubiera apurado su fin.
Hasta que la nueva oficina surgió de una planta en la esquina luminosa que mira al jardín y a cuatro cipreses que no se cansan de crecer, quién sabe con qué objetivo, pero tercos en asomarse encima de la barda y mirar una carretera que no se cansa de llevar y traer carros.
Una de las señoras la limpió, quitó colillas de cigarro, cortó las hojas amarillentas y de pronto todos admiraron la planta más grande y llena de vida que se hubiera visto en mucho tiempo. Escuchó con atención el canto de los pájaros en las mañanas y casi al caer la noche. Sintió en pleno rostro los rayos del sol, de la luna. ¡La vida en todo su esplendor y a su merced!
A una semana de la fiesta en que convirtió la oficina, fue encontrada lánguida, caída, torcida de sus hojas y con toda la apariencia de quien ya es difunto. Recibió atención de emergencia con agua rociada directamente a sus hojas y la tarea empeñosa de remover la tierra. Pero nada funcionó.
Incapaces de tirarla a la basura, las señoras que la habían sacado del olvido, decidieron regresarla a la oscuridad, a la más temible de las condenas de una planta apenas hace unos días deslumbrante y soberbia de belleza: la desesperanza.
El asunto fue olvidado. Incluso cancelado el proyecto de colocar una nueva maceta con alguna variedad resistente a la atención desmedida.
Pero regresó una mañana traída por la señora de la limpieza que celebraba el asunto como cosa de milagro, porque de nueva cuenta era la belleza transformada en planta, la esperanza, la certeza de que el mundo puede ser otro simplemente con quererlo.
Esta vez duró años, y logró iluminar como nunca la oficina, el jardín, la carretera, el cielo mismo.
Sin embargo pasó lo mismo, y sólo empleados de mucho tiempo recordaron la primera ocasión que de pronto fingió estar muerta, de tal modo que aseguraron le hacía falta la antigua oficina donde solo fantasmas caminaban de un lado a otro.
El problema se presentó cuando cayeron en la cuenta que ese lugar en que recuperaba sus ansias de vivir, se había transformado en la hemeroteca, con luces por todos lados y libre de olvido, como no sea el lógico que implican las noticias de tiempos pasados.
A su modo volvió a crecer pese a todo, pero nunca volvió a salir de esa oficina, porque logró amarrar sus hojas verdes a las de libros gigantes color piel, donde empezó a divertirse con la tarea ingrata de dar vida todas las noches al titular del periódico. Y así hojas de papel y hojas de planta por vez primera se hicieron una, para contar historias y vivir, simplemente vivir.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
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@JavierEPeralta