- 13 años: Valentina en la playa de la sonrisa
Cada año que pase de tu vida deberás festejarlo. Es una suerte pisar con seguridad la tierra que te toca habitar, un verdadero milagro que se hace magia cuando miro tus ojos grandes como la primera vez que te asomaste al mar. Por eso no dejes de festejarte, comprarte un pastel si en algún momento a quienes te queremos, algo nos hizo olvidar la fecha, o cancelaron los pases desde el otro mundo donde a lo mejor, por eso de la edad, fuimos invitados a la fuerza.
Hace poco aprendí que la única obligación que tenemos es buscarle las posibilidades a la felicidad. Lo más común es hacer lo contrario y hacerle al triste, incluso por cuestiones tan banales y poco serias como la política. Debes saber que la historia de la humanidad es una repetición eterna entre los que ansían el poder con tanta ansiedad, que ya alcanzado se olvidan para qué lo querían, y solo atinan a justificar de este modo el mal uso que hacen del mismo.
No te tomes la vida tan en serio porque acabas por darle importancia exagerada al dinero, al trabajo, a los merolicos que en estas semanas que acaban de pasar, te topabas por todos lados con promesas tan absurdas como que harán que seamos felices.
La felicidad no depende de nadie más que de ti, y de este modo entenderás que es tuya, con tu estilo, con lo que tú entiendes qué puede y qué no puede ser.
Yo creo, te lo confieso querida Valentina, que al final de cuentas tú eres la poseedora, a tu edad, de la fórmula mágica e irrepetible por ser una niña, por supuesto la más hermosa que conozco. Le digo fórmula mágica, porque con los ojos de adulto algo tan simple como la facilidad para ser feliz se antoja un hecho misterioso, digno de algún mago del lejano oriente.
Los niños y niñas son expertos en inventar todos los días el universo que tienen a la mano, y sobre todo apreciarlo sin esperar nada más que la certeza de la sonrisa.
Te confieso que todo lo bueno es aprendido a tu edad. Así que debes saber que por esa razón iluminaste desde hace nueve años nuestra casa, tu casa.
Todavía a estas alturas me siento raro cuando alguien te dice que ayudes a “tu abuelito” que anda con la pata renga. Volteo para buscar a tu abuelo, hasta que me doy cuenta que soy yo. Por fortuna siempre me conoces por “Yeyé”, que es lo mismo en otro idioma, pero me da la oportunidad de jugarle al tiempo.
Al igual que con tu tía Mariana, que por supuesto es tu hermana mayor, lograron que todos los jueves de la semana, día acordado para comer conchas de chocolate y vainilla por las tardes, nos encontremos en el comedor, te mire y me diga que ya tienes trece años, y yo por supuesto muchos más.
Pero estos últimos meses han sido diferentes pequeña Valentina. La razón es que me gusta ser tu abuelo, que donde quiera que vayas si preguntan por mi, lo hagan por tu abuelito que soy yo. Eso es hermoso, y con todo y que la expresión de la cara me ayuda poco, desde hace poco aprendí que se puede sonreír con enorme gusto, aunque de tanto hacerlo parecer en ocasiones que algún tornillo se me zafó de la cabeza.
Así que muchas felicidades por los trece años de vida que has traído a tu casa, nuestra casa.
Por asegurarle a tu mamá, mi hija queridísima, un motivo más que suficiente para despertar todos los días y buscarle, con ganas y renovada vocación, un mucho de felicidad a cada día.
Eso eres, la lucecita más hermosa para barcos a veces llenos de herrumbre y sin brújula; que se asoma y brinca desde la playa hermosa de la felicidad, donde habitas y no te cansas de invitarnos a visitarte, y quedarnos si así lo queremos.
Mil gracias, hasta mañana.
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