LAGUNA DE VOCES

Vivir de prestado

  • A ver, ¿para qué jijos se acumulan plásticos con créditos?

El teléfono está saturado de números bloqueados, me pregunto de dónde sacan tantos para hablar desde las siete de la mañana a las once de la noche, ya no para recordar que uno pague de inmediato el mínimo de la tarjeta de crédito, sino simplemente preguntar si uno es uno, y luego colgar.

Todavía me acuerdo cuando llegó la invitación para simplemente dar un click en el sí y recibir por paquetería el plástico casi transparente y de colores chillantes, además de la bienvenida a lo que pensé era un banco pero resulta que ni existe.

“Invex-volaris” me invitó luego luego a comprar boletos de avión y a pasear se ha dicho. Han pasado dos años y todavía no acabo de pagar, y se puede achacar todo a la pandemia, pero la mera verdad es la incapacidad para hacer buen uso de dinero que es prestado con intereses sobre intereses.

De modo tal que no es culpa de los que contratan para cobrar con tanta insistencia, que de pronto es posible pensar que nos convertimos en delincuentes buscados por la Interpol y que un comando nos espera en cualquier lugar para tundirnos por no cumplirle a los señores de la tarjeta.

Eso se gana uno por zoquete. A ver, ¿para qué jijos se acumulan plásticos con créditos que son eso: créditos pero que provocan un hormigueo en las manos para desenfundar por lo menos uno y comprar lo que no se necesita? ¿Cuántas veces usted ha tomado tijeras, las ha cortado en pedacitos y jura a los dioses que las termina de pagar y las cancelará para siempre, y cuántas veces al momento de hablar para decirle adiós finalmente no puede y acepta que le envíen el reemplazo?

Solo cuando las llamadas se repiten durante todo el día es que se hace el compromiso de no tener más allá de dos o tres tarjetas, pero la verdad, la mera verdad, es que las tarjetas sirven en no pocas ocasiones para sobrevivir, ir al cajero y teclear el retiro de efectivo y ver que se cobra de inmediato nadamás por usar dinero que no es de uno.

Miente quien diga que toda la deuda tuvo como origen gastar en la cantina con los amigotes que luego se hacen los occisos y nunca cooperan. Miente quien diga que todo se fue en tonterías, porque no es así. Sí, por supuesto que se cometen torpezas, pero con mucha frecuencia es para completar la colegiatura de la escuela, la luz, el agua, la mensualidad del coche, etcétera, etcétera.

Y por supuesto, para pagar el mínimo de otra tarjeta, en una historia que se repite hasta el infinito.

¿Pedir la compasión del banco por lo el coronavirus? Cuando menos con el dichoso plástico casi transparente y de colores chillantes, solicitan un historial tan meticuloso, tan de plano con ganas de cansar, y la advertencia de que tarde que temprano uno paga porque paga, que de plano mejor no.

Siempre vivimos de prestado, la vida está prestada dicen en el pueblo, “nadamás la tenemos prestada”, siempre se oye en los velorios. Y pues sí. Todo está prestado un rato, no se diga el dinero.

A veces lo mejor para olvidar la angustia de que nos agarre el coronavirus, es regresar a los hechos sin trascendencia alguna como los abusos de las instituciones crediticias con sus tarjetas de crédito. Es parte de lo cotidiano, enojo eterno porque hablan para cobrar. En eso nada cambia. Podrán morir los propietarios de esos bancos que no son bancos, pero alguien ordenará a los del teléfono, “háblenle día y noche, cuelguen cuando conteste. Que sepa que con nosotros no se juega”.

Y pues no, por eso ya fui al cajero donde saqué de otra tarjeta para pagarles a los señores de Invex-Volaris. En una de esas pasan de simplemente molestar a ordenar una tunda al deudor.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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