* Siempre será tiempo de vivir
Serán cientos de historias las que se quedarán truncas a lo largo de este tortuoso camino de la pandemia del coronavirus. Historias que nunca conoceremos porque casi nadie hace preparativos para el final, y siempre se conserva la esperanza de que el destino funesto pase de lado, no voltee la cara, lleve mucha prisa, o simplemente descubra que no estamos en su lista.
Siempre, qué bueno, nos empeñamos en dar continuidad a la narrativa de nuestra existencia con nuevos capítulos que contar y nunca un final absoluto. De alguna manera aseguramos tiempo con una existencia que nunca acaba de construirse, lo que de alguna manera ha funcionado, pero que tiende a no surtir efecto cuando se trata de terremotos, inundaciones, virus misteriosos que de pronto se propalan por todo el mundo sin dar oportunidad siquiera al preguntar por el remitente, que con frecuencia es identificado como Dios.
Por asuntos de la misma vida aceptamos que las personas entradas en años están dispuestas a decir adiós cuando así les sea solicitado, que al fin “ya vivieron” y como consecuencia lógica no tendrían ni razón para protestar. En esas deducciones que hacen con frecuencia los que no tienen padres ancianos, hermanos, esposos y esposas, obtienen como conclusión que los de la tercera edad y similares son prescindibles en todo el sentido de la palabra.
En sentido opuesto los más jóvenes llevan mano si se trata de salvar a grupos humanos, por todo el futuro que les espera y porque “no han vivido”. Sin duda suena de una lógica absoluta al grado que casi todos firmarían esa conclusión con la certeza que nunca llegarán a los 60 y tantos, 70 y tantos, 80 y tantos.
Suena lógica pero también es de un absurdo excepcional y resulta ser una más de las divisiones que hace el ser humano en la que determina por un lado los que vivirán, y del otro los que morirán. Porque nada tiene de diferente con lo que sucedía en los campos de exterminio nazis, y a la clasificación de viejos y jóvenes, luego se sumará la de militantes de izquierda y derecha, progresistas y fifís, etcétera, etcétera.
Lo cierto es que una situación de emergencia como la que vive el país, debe llevarnos a caminos donde prevalezca la unión de todas las generaciones, la certeza de que pese a todo se conservará el sentimiento único y vital de que somos parte de los pasajeros de un tren donde nos conocemos desde siempre, y siempre buscaremos ayudarnos unos a otros sin afanes heroicos ni de mártires, sino simplemente por el amor que aprendimos a generar a lo largo de años y años de camino.
Nadie va solo, y terrible sería aceptar que por “cosas del destino”, algunos partirán en la absoluta y miserable soledad.
Cierto, tarde o temprano bajaremos del vagón número tal y tal en que fuimos subidos al principio de nuestras vidas, pero no será porque se decidió fruto de una votación que por cierto nunca es respetada.
Ayer el país entró en estado de emergencia sanitaria y todo lo que implica. Por principio de cuentas el aislamiento forzado para las personas de 60 años para arriba y los grupos vulnerables.
Lo anterior nos da la oportunidad de reconstruir lo mucho que se pierde sin que nos demos cuentas, cuando nuestros padres aún vivían y un día cualquiera olvidamos su existencia, y apresuramos su partida con la desmemoria por lo mucho que representaron en la nuestra. Estar juntos puede ser motivo y razón para saber lo que cada generación que vive en casa piensa del mundo, de la vida, de la muerte también, pero sobre todo del amor y la esperanza.
Mil gracias y hasta mañana. Por favor cuídese mucho y cuide a las personas que ama.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta