LAGUNA DE VOCES

Zapatos negros
  

Ella usaba zapatos negros y por eso aseguraba que algo malo pasaría, como al final de cuentas sucedió, si es que a eso se le puede calificar como malo.
Doña Mary habla de su mamá todos los días que visita a la señora Olga en el mercado de Piracantos, respira profundo y trae recuerdos porque le gusta contar, intentar sanar a la mujer que un día empezó a ver cosas en su casa, en la calle, en el parque, hasta ser diagnosticada con esquizofrenia, esa enfermedad que permite atisbar en una realidad alterna donde existen ángeles, seres iluminados que platican sin que nadie los pueda ver, como no sea la que acusan de tener visiones. Pero esa es la parte buena, envidia de todos los seres normales y sin aspiración de santos y santas en éxtasis. La mala empezó a presentarse cuando lo que aparecía ante sus ojos eran monstruos, demonios, terribles seres que amenazaban con desaparecerla… y además capaces de susurrarle claves en el oído que solo pudo entender en una ocasión, pero que después olvidó.
Olvidar empezó a costarle caro cuando recibió de regalo en un cumpleaños, cuando aún presentaba cierto grado de lucidez, unos zapatos negros de charol con agujetas delgaditas, porque la desgracia se le vino encima y de pronto se ausentó de todo para comenzar una existencia que la mayor parte del tiempo la dejaba ausente del mundo en que tuvo a su hija, la familia que se resignó a perderla porque así estaba escrito en algún lugar.
    Ella lo sabía seguramente porque un día cualquiera, igual al que había seleccionado para esa larga, larguísima ausencia, regresó y lo primero que hizo fue decirle a sus parientes que nunca usaran zapatos color negro porque algo malo les iba a pasar. Lo que nunca les dijo es que los monstruos que veía no eran tal, que la clave era esa, simple, sin ningún significado del que todos conocemos: “zapatos negros”.
    Después empezó a desaparecer de su casa ante el espanto de la familia que a veces se pasaban toda la noche en su búsqueda hasta que de pronto la miraban en medio de la calle y con los ojos puestos en el cielo. Ella se reía cuando le preguntaban dónde había ido y les contestaba que no se había movido de ese lugar. Pero no era cierto y por eso la risa que provocaba el enojo de su hija toda desvelada y los ojos colorados del llanto y la trasnochada.
    Se cansaron de preguntarle una y otra vez dónde se había ido, y ella igual de asegurarles que a ninguna parte, pero era imposible que justo en el lugar donde acostumbraba aparecer no se hubieran dado cuenta de su presencia, simplemente resultaba imposible.
    Total que aceptaron lo que les decía y ella asintió con la cabeza.
    Ahora que se acuerda, doña Mary no atina a decir si los zapatos negros le trajeron desgracias a su mamá, porque se le veía contenta cuando regresaba de sus viajes a ninguna parte. Sabía que un día simplemente no darían con ella, con todo y que les aseguraba que de la mitad de la calle nunca había pasado.
    Algún tiempo decidieron echarle llave a la puerta principal de la casa para impedir que saliera, pero el hecho es que siempre la encontraban en medio de la calle con la vista puesta en el cielo.
    ¿Y los zapatos negros?
    Todos han coincidido que más que maldición era una clave que, cuando comprendió, le dio un pase directo a otros mundos, a los que todos, un día, deseamos ir.
    Por lo mientras tiene días de calma, otros en que desaparece, y otros en que escucha, escucha y escucha, quién sabe a quién.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajurez.mx
@JavierEPeralta

    

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