LAGUNA DE VOCES

* El santo olor de la panadería

Todas las tarde la casa paterna se llenaba del olor único e inconfundible del pan recién horneado. Se trataba de una de las pocas ceremonias en que participaba la familia completa y que tenía como resultado confirmar que seguíamos en el viejo comedor de sillas forradas con un plástico estampado de flores. Pocas veces alguien se ausentaba y la única prisa por llegar de la escuela era por estar al lado de mi padre, escuchar a mi hermano mayor platicar del libro que al final nos dejaba leer y evocar los campos verdes y la laguna de agua salada en voz papá. Eso eran la mayor parte de la tarde de pan y leche. Eso bastaba para saber que de alguna forma seguiríamos unidos hasta le eternidad.
    Mi hermana nunca se olvidó de mamá. La traía a cada rato en una vocación que no cambiaría jamás, porque pese a su ausencia llegaba igual puntual en su voz, en la bondad que de ella heredó y el amor entrañable por la familia que le tocó conservar luego de que un día de abril partió.
    Los recuerdos tienen un olor preciso a concha de chocolate, roscas de canela, bolillos, bísquets y toda la variedad que hacían en la panadería de la colonia. Es bueno que cada trayecto de la existencia humana se ayude imágenes, sabores, palabras para que se quede bien guardado en el archivo de la memoria.
    Al paso de los años cada uno de los asistentes a ese ceremonial asumió la responsabilidad de rehacerlo, reconstruirlo en los lugares donde cada uno fue a parar. Es una forma vital para que no olvidemos, pese a los triglicéridos que el doctor insiste en bajar con la cancelación del pan con leche de las tardes.
    A mis hijos junto con la nieta única nos reúne el pan algunas tardes y sí, sin duda alguna permite reencontrarnos cuando el mar de la existencia soltó el viento, a veces la tormenta y también huracanes alevosos que amenazaban con hundir la embarcación. El mejor remedio ha sido comprar pan en la tarde, sentarnos a la mesa y platicar como si fuera la voz de mi padre la que dirigiera la conversación.
    Espero que cuando me vaya, cuando sea necesario, recuerden, hagan memoria y resurja el gusto del papá, del abuelo por el pan. Porque era algo más, siempre fue algo más que el simple pan.
    Fue, es la necesidad de contar con elementos que guarden la imagen de lo amado, lo esperado.
    Ayer comimos pan.
    Lo amado regresa siempre, tiene un sabor único, inigualable. Por supuesto puede ser la noche de estrellas y luna, pero cuando se puede remojar en el café, reconocer en el paladar, es algo único.
    Es una responsabilidad entonces que nunca se vaya esa posibilidad.
    Es un deber.
    Es una oportunidad para vivir con ellos, los que ya no están, pero que acuden puntuales cuando los llamamos a la hora del pan.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
    
    

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