LAGUNA DE VOCES

    •    Buenos días 2020


Hace 30 años que el año nuevo me encuentra en Huejutla, que la noche del último día del que se va me observo en la entrada de la catedral donde siempre agradezco estar vivo, la salud de mi familia, el salvoconducto que a muchos ya no fue concedido porque murieron en el trayecto al 31 de diciembre, o simplemente que aún respiro cuando muchos otros dejaron el mundo con menos del cinco por ciento de terrenos minados que yo he caminado. En fin, vivir es, hasta donde sé, la posibilidad de tener conciencia de eso, de la vida, y por lo tanto aspirar a que las cosas mejoren por obra y gracia de la decisión arbitraria de hacer años de doces meses cuando pudieron haber sido de seis.
    Descubro que no aparezco en ninguna de las fotografías antiguas que descubrió una sobrina de la familia de estos lares, que soy inexistente, que seguramente nunca existí, aunque es más fácil achacar el asunto a la animadversión que tengo a ese invento que todavía no estoy seguro si verdaderamente no acaba por robarse nuestra alma.
    Esperé que al no verme por ningún lado, en algún momento se me desvanecerían las manos, las piernas, y poco a poco no dejar rastro alguno de mi paso por estas tierras de la Huasteca, para volverme a descubrir quién sabe dónde, seguramente con un mejor presente para los que se vieron afectados por mi incidental cruce en sus caminos.
    Sin embargo, lógico, no pasa nada de lo descrito, así que acabo por pedir permiso para ir a la habitación del hotel y buscar la forma de respirar normalmente con la gripe perruna que me agarró de última hora, en una clara venganza del 2019 porque según ese año he vivido horas extras cuando se había considerado darme de baja a finales del 2018.
    Este año, me digo, tendrá que ser aprovechado para vivir con sincera voluntad, porque tener el regalo de seguir en la tierra implica la responsabilidad de aprovecha el tiempo. Por supuesto no a la manera de payasos coachings de la motivación ni esperpentos por el estilo, sino con la absoluta y decidida tranquilidad del que quiere aprender a vivir.
    Aprender a vivir no puede ser producto de un curso, mucho menos de reconocer la muerte como el lado opuesto de la misma. Es más, dudo mucho que se pueda aprender esa tarea, porque de arranque es un absurdo. De tal modo que la tarea vital será vivir como Dios me dé a entender, con la acepción del significado que habla de tomar las cosas como lleguen y resolverlas con la inspiración de la bondad verdadera, el amor cierto y la humildad que no sea sinónimo del fatuo y vanidoso.
    Empezar el 2020 es algo que seguro muchos no pensaban que les sucedería, porque por principio de cuentas 2020 suena a tierra del futuro, pero de ese futuro que solo los Supersónicos presentaban en la serie, o imaginaban Asimov y Bradbury. Bueno pues, ya somos personajes del futuro que ni Obama ni Verne imaginaron. Así que en ese futuro desde el que escribo, le afirmo a usted que junto conmigo llegó vivo o viva a estas alturas, que de verdad todo es diferente, que por principio de cuentas este texto lo hago en un mini teclado adosado a una iPad, que no lo mando por correo sino que lo subo, lo colocó, lo lanzo a la nube del drive de Google. Que llegué sin darme cuenta a tierras únicas, donde solo es cuestión de darse cuenta para redescubrir la plenitud del mundo nuevo al que, insisto, muchos ya no llegaron, pero nosotros sí.
    Y eso, sin duda alguna, ya es una gran ganancia.

Mil gracias, hasta mañana.

Jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

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