LAGUNA DE VOCES

*Raíz de la felicidad

Creció la hierba en los recuerdos  hasta que dejaron de salir como lo hacían periódicamente, es decir una o dos veces por año, pero esta situación los dejó en el olvido y con la certeza de que buena parte de la historia familiar se perdería para siempre.
    Solo en navidades, desde el mayor de los hermanos sobrevivientes hasta el último de los nietos y bisnietos contaban que alguien de su familia logró descifrar la raíz de la felicidad, pero por alguna razón que desconocían ese conocimiento dejó de heredarse, de existir, y acabó por aceptarse esa condición, de tal modo que solo había quedado una vaga idea de que alguna vez tuvieron en sus manos el mayor de los descubrimientos posibles.
    Cada mes de diciembre dejaba la nostalgia de que algo desapareció y por eso acabaron por atribuirle poderes casi mágicos a los días con que se cierra cada año. Probablemente los tenía pero tendrían que encontrar la forma de volver a despertar la raíz de la felicidad.
    Tuvieron que pasar tres generaciones completas para que un tataranieto del padre original anunciara que era posible recuperar el secreto largamente guardado por la familia, pero en esa tarea muy posiblemente se quedaran sin nada, incluso sin esperanza de que todo podría volver a ser como antes, es decir más de una centuria.
    Resultaba claro que la Navidad era la temporada en que todo aquello podría suceder, y que el frío con seguridad, el olor especial que tiene el ambiente cuando se acerca el día 24, eran responsables de que existiera una necesidad de encontrar la raíz de la felicidad. Raíz que tenía que ver con la primera casa que tuvieron en el pueblo y un baúl de madera vieja desde donde tendrían que buscarse raíces que de vez en vez crecían.
    Así que era algo material, no un cúmulo de intenciones o actos de bondad siempre equiparables a la felicidad. No. Se trataba de algo completamente palpable, real que alguien logró crear y darle vida de planta, árbol, raíz principalmente.
    Todas las Navidades, el mes de diciembre, surgía esa vaga idea de que era posible crear la felicidad, almacenarla, plantarla para que no dejara de crecer y de este modo tener a la mano en frascos bien cerrados y al cuidado de la sombra. La raíz de la felicidad no era un cuento, leyenda o un simple invento para hacer interesante los días por venir. Existía. Existe.
    Lo que hasta antes de ese hecho se entendía por felicidad era una simple aproximación, la misma de todos, la que confundimos con momentos que corren aprisa y sin dejar nada a cambio.
    Pero el más pequeño de los nietos, aficionado a correr por el patio lleno de tierra, un día se topó con el frasco más pequeño escondido debajo de un librero. Se frotó las manos con un líquido verdoso, olió, paladeó el sabor de una raíz y comunicó a todos que la felicidades como algo material existía, que podían probar si así lo deseaban a querer tener la mejor de las navidades.
    Lo hicieron.
    Lógico es decir que experimentaron la felicidad absoluta, única, imposible de tirar por los suelos con alguna desgracia. Era un mundo diferente donde es posible recuperar la herencia nunca ida del que recuerda, vive de nuevo los instantes más plenos de felicidad, y dejar de pensar que todo terminó por asuntos del tiempo.
    La felicidad trae, acarrea los capítulos diminutos en que juramos que la vida era digna de vivirse, sufrirse, contemplarse. Empacha si se llega a tal afición que se olvida el presente, pero sin que esto implique una enfermedad grave.
    Somos producto de lo vivido, de la historia que alguna vez empezó padre fundador de la familia, y tenemos la obligación de recrear lo que él empezó hasta descubrir que la felicidad hace eternos a los simples mortales.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
    

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