LAGUNA DE VOCES

Un muerte indigna

Por muchas razones el hombre justificó todas las barbaridades cometidas en la seguridad de que la muerte arregla todo: el dolor causado, la saña con que se asesina, la sinrazón de todo. La muerte es una solución y nadie debe dudar de ella porque hacerlo solo complica las cosas. Así rebasó los 20 años y anticipaba que cualquier día le pasaría lo que su trabajo, ocupación o como cada quien deseara llamarla, le obligaba a cometer, y eso de obligar finalmente eres solo una palabra mal empleada porque al paso de los años acabó por gozar con su empleo que siempre quiso considerar como cualquier otro aunque no lo fuera.
     Pasaba por ser un padre ejemplar y sus ausencias las justificaba porque a veces incluso tenía que ir a otros Estados de la República, lo que eran cierto, para cumplir alguno de los tantos encargos que recibía. Cumplía con espléndida corrección lo que se le ordenaba y eso le había ganado un gran cartel. Era de fiar y los que lo contrataban acababan por considerarlo el mejor especialista en la materia. Lo era sin duda porque había logrado deshacerse de todo tipo de remordimientos que lo atosigaban por largo tiempo hasta desear en algunos momentos volarse el cerebro de un balazo.
     No lo hizo y ahora comprobaba que algunos nacen para ser lo que él: malos en toda la extensión de la palabra. Pero está muerto y finalmente puede observar que morir nunca fue la solución para el dolor, mucho menos el olvido, mucho menos la posibilidad de creer que lo hecho en vida queda guardado cuando se cierran los ojos. No era así, pero fatalmente lo descubrió hasta estas alturas en que ya no hay retorno.
    Se acostumbró a que en la casa donde figuraba como un gran padre le prendían grandes veladoras, le coloquen alimentos en la ofrenda, una gran foto suya y rezos en estas épocas del año. Creyó como muchos que era una simple historia para distraerse en fechas en que el descanso era obligatorio. Después de todo era cierto que la muerte descansaba porque él mismo lo era. Por alguna razón desconocida sus propios jefes aceptaban que se fueran a sus casas e incluso ellos eran los primeros en participar en las festividades de la comunidad.
     La muerte descansaba cuando él lo hacía y eso le llenaba de orgullo, le apaciguaba la maldición de creerse un ser miserable, como de hecho lo era, y le daba cierta esperanza de que tal vez en unos años podría ser una persona normal como cualquier otro, aunque entendía que esa era una tarea de plano imposible.
    Si lo mataron en el cumplimiento de uno de sus encargos no fue culpa suya, tampoco un descuido, más bien una necesidad que ya lo empezaba a perseguir desde que participó en un trabajo absurdo, sin ningún sentido como no fuera espantar a la gente, crear una sensación de terror entre toda la comunidad de la que él también formaba parte. Eso lo llevó a una muerte estúpida, no digna de un ejecutor como él se pensaba que era. Así que dejó el mundo siendo la burla de todos, el hazmerreír, el bufón.
     Supo que ya no servía para nada cuando el día que le dieron de descanso se enteró que habían muerto tres personas que conocía asesinadas por quién sabe quién. Eso lo llevó a cometer un error de principiantes, de verdaderos imbéciles que no saben nada del negocio. Y sí, murió de repente, sin un solo rasguño. Simplemente murió y hasta esquelas de sus vecinos aparecieron en algunos periódicos. Su sepelio estuvo lleno a más no poder, algunos le lloraron.
     Murió como cualquier padre ejemplar, o al menos eso se pensaba, y le dio tanta vergüenza que se supo carcomido por la muerte vengativa a la que quiso quitarle el trabajo, a la que incluso retó muchas veces cuando se quedaba en su casa. Murió simplemente sin ninguna razón digna de gente como él.
     Una verdadera vergüenza, una venganza de la muerte verdadera que poco o nada tenía que ver con su miserable trabajo, con sus encargos que lo sacaban de su casa todos los fines de semana. Una vergüenza que lo llevó a la tumba, que lo mató, que lo dejó en el olvido como seguramente merecía.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
Javier E. Peralta
  

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