LAGUNA DE VOCES

Amar siempre, de eternidades, dice el fantasma

Algunos muertos tienen la obligación de convertirse en fantasmas, porque de alguna forma debíamos enterarnos que ya colocados en un cajón tres metros bajo tierra, -convertidos en plantita según el último grito de la moda, o simplemente cenizas en alguna urna-, algo de nosotros se queda después que el último retazo del cuerpo doliente se evapora.
    Si a usted le parece, en estos días que están por contarse, abrimos la puerta de la casa para que pasen a compartir los alimentos que degustaban en vida, tomar cerveza, ron si les gustaba, y de nuevo ser parte de la familia que sin embargo sabe que las cosas ya nunca volverán a ser como antes.
    Hacerse fantasmas, cuando la suerte les sonríe en aquel otro lugar a donde todos iremos a parar, es una alternativa que seguramente se ofrece a los que tienen mejores antecedentes en el arte de las apariciones, o lo que es igual, en la vocación de la necedad para no dejar lo que una vez amaron.
    Quien haya visto estos huraños personajes, coincidirá en que los mueve precisamente el cariño por lo que dejaron, aunque especialmente una o dos personas que no se cansan de cuidar porque saben de su profunda debilidad para encarar la vida. Por eso se les aparecen con tanta constancia, que acaban por convertirse en una parte sustancial de sus existencias.
    Afirman que los últimos diez años de viaje por esta espléndida aventura de vivir, debemos dedicar unas horas al día para definir a quien dedicaremos parte de la eternidad en tareas de fantasma cuidador, que tiene todas las alternativas habidas y por haber para cumplir su encomienda.
    Lo anterior quiere decir que puede elegir ser visto, de fugaces apariciones, o de plano invisible todo el tiempo.
    Regularmente la opción más solicitada son los hijos, pero por cuestiones que solo pueden ser achacadas al administrador en jefe, esta es rechazada los primeros años porque el cariño exagerado acaba por confundir al que la hace de fantasma y le impide distinguir, apenas pasadas unas semanas, entre estar vivo y difunto.
    Algunos optan por dar ese paso que incluso causa gran temor entre los que ya distinguieron que dejaron el mundo de los vivos, y piensan que una cosa es estar muerto, y otra bien muerto.
    Pero todos al final de cuentas tienen la oportunidad de estar al lado de los que amaron con toda el alma, y aquí sí es importante el alma, porque de otra forma surgen complicaciones que en ocasiones causan problemas casi imposibles de solucionar.
    De tal modo que es una recomendación importante querer con toda el alma a quien se pretende ayudar desde el más allá, porque el corazón finalmente queda convertido en polvo, pero el alma no, dado que no contiene ningún elemento físico. Aunque esto ya lo saben todos, así que resulta una pérdida de tiempo insistir sobre el asunto.
    Lo fantasmas existen y cada cual tiene testimonios que avalan lo dicho, y no nos referimos a testimonios falseados o producto de una mañana, tarde o noche de nerviosismo, sino a los reales, esos que surgen en medio de la absoluta tranquilidad, cuando incluso no hay temor alguno si de pronto se aparecen bajo el dintel de la puerta con una niña de abrigo azul marino, y una mueca en la cara que cada vez es más evidente que quiere ser sonrisa.
    La tradición les achaca una furia terrible, o unas vocación natural por el horror, pero no es cierto, nunca ha sido cierto. Siempre han sido la fuente principal del amor, de los que todos los días se despiertan con la seguridad de que la muerte es una extensión luminosa de la vida, y que por lo tanto es posible amar a una persona siempre, y siempre no es mientras dure como dice la canción, sino siempre, de eternidad.
    Es decir que los difuntos regresan, pero no solo el 1 y 2 de noviembre de cada año, sino siempre, para confirmarnos aquella conseja de que somos seres hechos de eternidades.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

    
    
    

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