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LAGUNA DE VOCES

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* El fin de otros mundos

-Un día nos dimos cuenta que resultaba imposible justificar nuestra presencia, que a la larga provocaríamos más problemas de los que intentábamos resolver. Por eso surgieron los fantasmas, las historias de aparecidos, para que de alguna manera pudiera ser impedida una migración masiva aún en calidad de vivos.
La mujer estaba preocupada cuando apareció de la nada sin ganas de asustar a nadie, tampoco de hacerse pasar por un ser etéreo capaz de levitar. Tenía un vestido azul marino, unos zapatos negros similares a los que usan en los ballets folklóricos, es decir de hebilla cruzada en el empeine, un suéter color lila de tres botones al frente y en el pelo una diadema negra. Sin duda era bonita pero la preocupación le marcaba líneas paralelas en la frente.
Si se presentaba en el patio gigantesco de los edificios que dan forma a la oficinas de la Secretaría, era porque ya no había tiempo que perder, y de una vez por todas todos debían saber que el único requisito para entrar al lugar de donde venía era que estuvieran muertos, al menos en el concepto que los de este lado siempre hemos tenido. Muerto, enterrado, cremado, daba lo mismo, porque todos los que están en esa calidad pueden y deben caminar a la nueva existencia que algunos llaman realidad alterna.
Importaba poco el cuerpo, y esa fue una primera explicación para los que se preguntaban cómo llegarían los descabezados o mutilados que se cuentan por miles en México, cómo los pozoleados, los que fueron repartidos en muchas bolsas negras y luego tirados en cualquier carretera. No, no había problema porque de alguna manera saltaban a ese otro lugar antes de que todo eso sucediera.
Es decir que no eran pura alma o energía. No, eran completitos, aunque eso sí ya sin achaques como enfermedades terminales que matan de miedo del puro nombre.
El problema es que de buenas a primeras muchos ya no querían cumplir el requisito de morirse en estas latitudes para luego emigrar. Y lo más grave es que habían encontrado el camino, que de ultra secreto ya hasta era vendido con hora hasta los segundos, latitud y longitud, días del año, en fin, todo, absolutamente todos datos que permitían irse a sentar a una banca tal, en tal lugar, abrir el libro tal en tal página, leer las tres líneas que activaban el mecanismo para de pronto aparecer en esa otra realidad.
Resulta que el problema no era que en un principio los migrantes no difuntos sumaran cientos, luego miles, después millones, porque además no tenían problemas para dar cabida a tantos. El problema es que una realidad vacía acaba con la otra que necesita de espectadores que le den vida, razón de ser.
Por eso la misión de esta mujer que apreció en el gigantesco patio resultaba de tal importancia que apenas si le daba tiempo de mirar con cierta nostalgia el lugar al que perteneció algún día. Incluso en algún momento sonrió con un gracia tal que hasta los que la creían fantasma dejaron ver su emoción, que no el miedo.
Había poco tiempo para cumplir su objetivo y lo sabía, porque de alguna forma se había activado el mecanismo que esfuma las realidades alternas que dejan de tener sentido .
Lo último que pudimos ver de ella fue la diadema tirada en el piso. Se había ido y la muerte en serio, es decir la que no permite regresos de ningún tipo, empezó a enseñorearse de la ciudad, luego el país, luego el Continente.
Morir recuperó su seriedad, y desaparecer sin dejar rastro alguno como no sea el recuerdo efímero, colmó de dolor a todos hasta que fue detenido el que había filtrado cada uno de los datos para emigrar todavía en vida a ese lugar que, con profunda esperanza, muchos esperan que vuelva a ser creado.

Mil gracias, hasta mañana.

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@JavierEPeralta