LAGUNA DE VOCES

  • París en el siglo XX

Michel Jérôme Dufrénoy es el personaje central de la novela “París en el siglo XX”, de Julio Verne, aunque para ser más exactos, resultan ser los libros, olvidados igual que en “La Sombra del Viento”, de Carlos Ruíz Zafón, igual que en “Farenheit 451” de Bradbury. Igual que en cientos de textos, escritos antes y ahora en el planeta.

                Hay una angustia compartida con cada uno de los autores citados, y es la angustia de que un día cualquiera, efectivamente, tal cual le pasa al personaje de Julio Verne, la ganancia de las transacciones económicas, la ciencia convertida en Dios, acabe con toda posibilidad de indagar en búsqueda del alma, por supuesto descartada en estos tiempos que ya vivimos.

                Verne adelantó como pocos lo que sucedería en un futuro que seguramente vio, pero que decidió dosificar en su presentación, para no espantar por adelantado a los que confiaba en el buen juicio del ser humanos.

                Hay otros como el escritor francés, viajeros del tiempo que lograron divisar cientos de años adelanta, y descubrir que tenían como responsabilidad fundamental, ofrecer fragmentos dispersos del terrorífico porvenir, donde los libros se traducen en asunto de ancianos, de viejos o simplemente de desadaptados.

                Verne, igual que otros, alertó sobre la aparición de verdaderos monstruos sin cerebro, pero capaces de dirigir la opinión de legiones a través de un mecanismo donde escribir mucho estaba prohibido, y tenía que reducirse apenas a 140 caracteres.

                Dio la señal de alarma, porque en no pocos casos la imbecilidad se ha enseñoreado del mundo imaginario de la internet, y verdaderos analfabetas funcionales presumen los cientos de seguidores, igual que ellos, decididos a reducir al máximo toda expresión, todo texto, toda reflexión sobre lo que les ha tocado vivir.

                Dejar los libros para viejos o nostálgicos del pasado, solo puede traducirse en lo que ya observamos en estos tiempos, que logra construir ídolos como el becerro de oro y les rinde culto y los llama maestros y guías casi espirituales.

                Verne tuvo toda la razón cuando alertó con una novela que nunca vio publicada en vida, pero que hoy como nunca nos hace comprender el destino infausto de la raza humana, de continuar por el rumbo que ha tomado, y donde la inmediatez para todo, hasta para morir, es lo vital, lo único que interesa.

                No hay constancia en nada, porque la constancia genera historia, algo que contar, y lo que menos deseamos los habitantes de estos años es ser propietarios de recuerdos.

                Difícilmente Julio Verne podía ser optimista luego de ver el futuro que nos esperaba, vestido de grandes inventos tecnológicos, dominado por una ciencia alejada del concepto fundamental de la vida, gobernado por la ganancia económica, cueste lo que cueste.

                ¿Quién podría decirse tranquilo luego de mirar lo que miró?

                Evidentemente nadie.

                Y por eso la necesidad de recuperar el gusto por el libro, el que se hace casi polvo al paso de tres décadas, pero conserva los signos claros, inobjetables, de que alguien, un día cualquiera, leyó con gozo y dolor tal vez, las páginas de alguien esperó años y años para ver en papel, la impresión de sus sueños.

                Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

Verne, igual que otros, alertó sobre la aparición de verdaderos monstruos sin cerebro, pero capaces de dirigir la opinión de legiones a través de un mecanismo donde escribir mucho estaba prohibido, y tenía que reducirse apenas a 140 caracteres.

               

Related posts