LAGUNA DE VOCES

    •    Paredes que hablan


El techo de la casa tronaba con singular escándalo a partir de las nueve de la noche. Un arquitecto con amplio conocimiento de los asuntos de estructuras, determinó que la razón era una y muy simple: en época de mucho calor lo poco de humedad que queda el interior de la loza empieza a secarse hasta reventar el colado de grava, arena y cemento, sin que por supuesto eso representara un peligro real. Determinó que todo era asunto de esperar con paciencia a que las temperaturas se nivelaran y el calor de la plancha de concreto se enfriara.
    Sin embargo al poco tiempo eran las paredes, los pisos, y hasta las ventanas las que se quejaban amargamente ahora por el frio, de tal modo que resultaba muy simple atribuir a la temperatura toda la responsabilidad, porque los tronidos empezaron a parecerse más a una posible voz, y los rechinidos a palabras.
    Una casa parlanchina era la peor opción porque impediría a sus moradores dormir como Dios manda, y los desvelos constantes solo pueden conducir a un solo lugar: la enfermedad, y si esta se complica a una despedida muy por adelantada de este mundo.
    Sin embargo todo indicaba que la intención la casa y sus paredes, techos y pisos que hablaban no era dejar locos a sus moradores, sino simplemente buscar la posibilidad de hacer real un diálogo que a todas luces era de vital importancia para una construcción de interés social donde parecía que los murmullos iban incluidos dese el principio.
    Pasó el tiempo y finalmente la casa podía entablar cada vez mejores y más interesantes pláticas sobre el tema que quisieran sus moradores, al grado que se hizo una costumbre que en fiestas familiares fuera la primera en tomar la palabra, lo mismo que en la celebración de Nochebuena y Fin de año.
    Se convirtió en un miembro más de la familia y como tal fue respetada por años y años, con la certeza de que vería crecer a los que eran niños, y morir a los que ya tenían una edad en que es fácil despedirse en cualquier momento.
    Lo que pasó después, cuando guardó silencio absoluto durante años y años nadie pudo explicarlo, y al final de cuentas también se convirtió en una costumbre, como si nunca hubiera sucedido ese acontecimiento único e irrepetible en que una casa habla por si misma a través de cada pared que aprendiera esa capacidad.
    Fue una lástima que así sucediera, porque no había mejor testimonio para intentar entender estos tiempos modernos, que los de una casa que había visto pasar el cambio de modas, la aparición de las computadoras, los celulares y finalmente las nubes de información donde todos podían trabajar desde sus casas.
    Y las casas se convirtieron en lo que siempre habían buscado, el lugar destino de día, noche y madrugadas de los que sin darse cuenta sumaban años completos sin sacar siquiera los ojos de una oficina que no era oficina, pero que parecía tal.
    Las casas habían ganado la partida, cuando en las calles no se veía ser humano alguno y los grandes ventanales de los edificios, empezaron a tener voz.
    El coro de “cosas que hablaban”, acabó por ser una constante, algo que ya a nadie extrañaba.
    Así que de la incapacidad para hablar, se pasó  a la etapa última en que las personas se negaban a poner un pie en la calle, porque a todo le temían.
    Hubo jóvenes de 18 años que nunca en su vida habían salido de las muchas paredes que tenían sus casas.
    Otros de plano optaron por ser enterrados en su jardín, cuando legalmente se permitió esa posibilidad.
    Las paredes se convirtieron en el único espacio donde sus moradores sentían cierta seguridad.
    Hoy en día no hay casa donde los pisos, techos y paredes manden, dirijan todo. Donde niños y ancianos han aceptado que después de sus hogares no hay nada, solo vacío, solo nada.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

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