• Cambiar el paso para ser feliz
Todos tenemos el tiempo que viviremos contado, lo mismo en segundos, minutos, horas, días y años. Ni un segundo menos o más seguiremos por estos rumbos, hagamos lo que hagamos. No hay forma de jugarle al vivo en estos asuntos, y ni el suicidio resulta una desobediencia al destino, porque ya estaba contemplado desde que nacimos.
Lo que sí puede ser cambiado por nosotros es el número de pasos que podemos dar a lo largo de nuestra existencia, y es tan variable que podemos modificar su cantidad cada 24 horas, y de plano proyectar en qué lugar será la última ocasión que alzaremos la pierna derecha, nos daremos apoyo con la izquierda, y dejaremos caer primero el talón, luego toda la planta del pie, para luego iniciar el trayecto en algo así como una locomotora. Y sí, con plena conciencia, es posible adelantar una sorpresa al destino cuando de pronto, sin aviso de ningún tipo, detengamos la marcha en seco y caer de boca sobre el suelo para nunca levantarnos.
Eso en el lado trágico y escandaloso como hoy se acostumbra en las informaciones, aunque siempre ha sido lo que atrae al grueso de los eventuales lectores: sangre en todas sus vertientes, que incluyen apuñalados, atropellados, balaceados y todo lo que termine en ados.
Sin embargo casi siempre enfilamos nuestros pasos a la consumación del destino, que abrazamos si nos ofrece como pago al final de la ruta, la sonrisa añorada, los ojos-faros que alumbran en noches como luna llena, la esperanza de que seremos eternos, la sinceridad de que no lo seremos.
Además suena bien que la última vez que caminemos, será para abrazarnos a la nostalgia absoluta por la felicidad, y la certeza de que, a lo mejor tarde pero seguro, llegamos a conocerla, a entender que es la única y absoluta razón para haber dado ese primer paso cuando nos invitaron a respirar.
Caminar, igual que correr para algunos, representa en todos los que nos encontramos por la mañana en el deportivo, en las calles, una apuesta por sumarle pasos que no estaban contemplados en el plano que nos fue diseñado recién salidos del vientre materno… o restarle.
Con toda seguridad si acudimos a los datos que saturan la supercarretera de la información, encontraremos el promedio de pasos que damos en la vida, su equivalencia, que si daríamos la vuelta a la tierra. En fin, todo eso que al final del día resulta inútil pero divertido.
Lo cierto es que producto de una caída, una pierna que se enchueca con los años o la simple flojera, el número predestinado cambia, pero sin que tengamos conciencia de que eso suceda. Y eso no vale, no tiene ningún sentido.
Importante sería dedicarnos durante los siguientes meses a realizar un cálculo pormenorizado de los pasos que debemos dar o no dar, para parar en seco los cálculos que en algún lugar fueron hechos sin nuestro permiso.
Podemos así, guardar el paso final para abrazar la felicidad, y esto quiere decir traspasar el límite invisible del mundo de los que respiran a los que no lo hacen, o hacen que no; porque si nos entendemos a estas alturas, muchos habrán de coincidir que nunca dejamos de pensar, de reflexionar, de seguir por el mundo de los vivos.
La vida es en esencia un paseo que puede ser a pie (son los más emocionantes), o viene en un transporte mágico. Existe la oportunidad y posibilidad de seguir la ruta, o salirse de ella por algunos años y regresar después para acabar al mismo tiempo que los de nuestra generación y no partir solos, sino con alguna compañía.
Cada cual jugará sus cartas, sin olvidar jamás que apartar un último paso nos llevará seguramente a encontrarnos con quien decidió también esperar paciente o apurar el paso para alcanzarnos.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
CITA:
Sin embargo casi siempre enfilamos nuestros pasos a la consumación del destino, que abrazamos si nos ofrece como pago al final de la ruta, la sonrisa añorada, los ojos-faros que alumbran en noches como luna llena, la esperanza de que seremos eternos, la sinceridad de que no lo seremos.