LAGUNA DE VOCES

0

* 11 meses

La muerte preocupa de acuerdo a la edad que se tiene. Rebasados los 50 es una constante en la plática manifestar que la vida se va muy rápido.

            Es normal porque luego del medio siglo ya todo puede pasar.

            Durante mucho tiempo, cuando era joven, acostumbraba, en un afán de conjurar toda posibilidad de partir antes de lo que manda la costumbre, mirar las notas de policía en que se daba cuenta de la muerte de una persona, y buscar la edad del difunto.

            “Tenía al momento de fallecer 52, 55, 56, 60 años”, y exclamaba con singular confianza que luego entonces resultaba normal, porque la edad, los achaques, las enfermedades, la vida que llevaba, etcétera, etcétera.

            Cuando se es joven existe cuando menos la garantía de que uno no se irá al menos de enfermedad o un infarto fulminante.

            Ser veinteañero, hasta treintañero, da la certeza de que todavía falta camino por recorrer, y que éste será benévolo.

            Por eso ayer, al cumplirse 11 meses de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, es que se comprende el dolor terrible de los padres, de cada uno de sus parientes, y por supuesto la angustia que habrán pasado antes de ser asesinados.

            Porque hay una edad asociada con la vida, no con la muerte, menos una muerte tan sin sentido, tan absurda, tan ligada a este México que nos ha tocado padecer. Pero en términos reales quienes más lo padecen son ellos, los que se asoman con curiosidad a la edad que se supone debe ser la más gloriosa, plena de gusto por sacarle jugo a cada instante.

            Ellos, los 43, fueron mochados de tajo con todo y la garantía que les ofrecía ser veinteañeros.

            Cuando se camina con singular entereza al desfiladero del que todos vamos a caer tarde o temprano, hay una fila en la que van por delante los que tuvieron la oportunidad de vivir, mal o bien, pero vivir simplemente.

            En la cola quedan los niños, en medio los jóvenes que se burlan de los que con uñas y dientes de agarran de la raíz de un árbol para no irse de cabeza al voladero. Pero no hay fórmula mágica que cure contra el destino. Hay un destino que se escribe así, paso a paso y con una lógica absoluta.

            Pero lo de Ayotzinapa careció de toda lógica, y por eso no se ha podido explicar ni se podrá explicar.

            Cada cual culpará al que tenga en la mira, desde que el origen fue el dictadorzuelo de Calderón, hasta que el PRI llegó para descomponer todavía más la realidad.

            Pero al final de cuentas algo nos dice que todos, absolutamente todos, participamos de un modo u otro a que la vida de jovencitos quedara hecha polvo.

            Por omisión, porque ultimadamente ya tenemos suficiente con velar por el círculo más cercano que es la familia, que es uno mismo. Porque nos blindamos contra la muerte escondiéndonos de lo que le pase a quien no conocemos.

            Porque además ya no creemos en nadie, y eso incluye a los que tomaron el dolor ajeno para buscar objetivos particulares.

            El hecho es que ayer se cumplieron 11 meses de lo de Ayotzinapa.

            Hoy mismo no sabemos a ciencia cierta qué pasó. Hoy mismo nos miramos a la cara y no entendemos, no queremos entender que pasados los 50, lo único que nos interesa es sobrevivir, durar aunque sea un poquito más en la tierra, en esto que nos enseñaron es la única realidad con la que contamos.

            Si buscamos en los personajes de la política alguna explicación, sabemos de antemano que no la encontraremos, porque ellos tampoco saben lo que ha pasado con un país tan milenariamente rico en esperanza, hoy tan sin saber el destino que le espera.

 

Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

           

 

CITA:

Porque hay una edad asociada con la vida, no con la muerte, menos una muerte tan sin sentido, tan absurda, tan ligada a este México que nos ha tocado padecer. Pero en términos reales quienes más lo padecen son ellos, los que se asoman con curiosidad a la edad que se supone debe ser la más gloriosa, plena de gusto por sacarle jugo a cada instante.