LAGUNA DE VOCES

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    •    Explotar en el cielo, aunque a destiempo


Lo último que sobrevive de un año que ya murió son los truenos en el cielo de cohetes que se quedaron a la espera de que alguien les prendiera la mecha para salir presurosos y estallar. Son los abandonados porque ya no festejan ni celebran nada, simplemente cumplen su ciclo vital, y entregan el espíritu con dignidad.
    Contra las noches del 24 y el 31 de diciembre, tapizadas de fuegos efímeros por naturaleza, los “dejados”, los “olvidados”, han aprendido a esperar sin reproches de ningún tipo a quienes los compraron y se olvidaron de ellos. Entienden que todos se olvidan de las cosas en estas fechas que acaban de pasar, de tal modo que arder un 2 de enero sin más público que quien los prende, es ganancia para ellos.
    Igual sucede con los viejos que no son visitados en las fiestas de fin de año, pero que renacen a la vida si algún hijo o nieto se aparece despistado ya empezado el 2019. Saben que seguramente llegaron a  verlos porque no tenían mejor cosa qué hacer, o de pronto les entró la nostalgia por aquellos años en que se juntaba toda la familia y anhelan sentir un poco de eso que los llenaba de felicidad cuando niños.
    Pero están olvidados, lo saben y desde hace mucho que se conformaron con esa condición que los perseguirá hasta la muerte, cuando finalmente se reunirán para velarlos y serán luz que deslumbra por fin, pero que se apagará ya metidos en el cajón y a tres metros bajo tierra, o acomodados en una urna cenizas al fin.
    Algo se nos olvida cada año, y lo podemos achacar a la desmemoria propia de la edad, de los porrazos que nos damos en la cabeza, de que no pusimos atención, pero se queda para otra ocasión en algún archivo que después tampoco sabemos dónde fue a parar.
    Juramos que era importante, tanto que en el mero momento de los abrazos y los buenos deseos, le dedicamos una oración para que ahora sí se haga realidad. Y no, nada tiene que ve son salir a correr todas las mañanas, dejar el cigarro, aprender un idioma o cosas por el estilo.
    Es más íntimo, más relacionado con la verdadera existencia.
    Pero lo olvidamos, o hacemos que lo olvidamos.
    Además que con bastante frecuencia el amanecer del 1 de enero resulta ser tan horroroso que se prolonga el 2 y el 3 de enero.
    Pero esa vez no es así.
    De tal modo que recuerdo con total exactitud ese gran propósito aplazado durante décadas: vivir.
    Y vivir no implica desbocarse, por el contrario, y seguro es la edad, sino en prepararse para recorrer cada tramo de la existencia con paciencia, con tranquilidad. Mirar a quienes amamos con el gozo absoluto de quien descubre y redescubre lo asombrosas que son las personas que nos rodean.
    Hace falta pues darle gracias a la vida como dice la canción, reconciliarnos con el gusto por meternos a una iglesia y simplemente mirarnos de la mano con mamá cuando nos llevaba a misa. Hace falta abrir los ojos y pensar que después de todo ha valido la pena caminar por cada uno de los senderos a los que nos llevó el destino.
    Sentirnos felices, intentarle por lo menos, por haber tomado este camino y no otro. Explotar en el cielo aunque sea a destiempo, y festejarnos.
    De eso se trata y nada más.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
Algo se nos olvida cada año, y lo podemos achacar a la desmemoria propia de la edad, de los porrazos que nos damos en la cabeza, de que no pusimos atención, pero se queda para otra ocasión en algún archivo que después tampoco sabemos dónde fue a parar.