LAGUNA DE VOCES

    •    El simple gusto de correr y correr


    Cambian mucho las cosas cuando la oscuridad no es compañía al despertarse, porque con todo y las nubes aborregadas que presagian lluvia que nunca llega, mirar la carretera iluminada, lo mismo que los rostros embufandados de adolescentes que corren presurosos para que no les cierren la secundaria, da la certeza de que triunfamos ante el paso inmisericorde de las horas.
    Son apenas 60 minutos, pero suficientes para empezar a estas alturas de octubre, la tarea mil y una veces repetida de querer volver a empezar con todo. De tal modo que a falta de gimnasio porque resultó muy caro, -y chula gracia es eso de pagar puntualmente una mensualidad para ir si acaso tres o cinco veces durante esos 30 días-, la opción es el deportivo municipal de Piracantos.
    Resulta hasta mejor, porque cuando menos se puede respirar un aire, si no tan ajeno del humo de los automóviles que pasan al lado, sí diferente al de locales encerrados.
    Se trataba, me acuerdo, de tener una mejor condición física, y por eso nos la jugamos con la tarjeta de crédito y pagamos membresía y mensualidad por adelantado. Los primeros días no había poder humano que ahuyentara al Arnold en prospecto, primero del área de “cardio”, y luego de las pesas, donde puros “huacaludos” (decía mi tía) se miraban una y cien veces en el espejo, en un rito de Narcisos a la enésima potencia.
    Terminaba la jornada matutina con el vapor, que pasados los meses se convirtió en la única actividad desempeñada, con el autoengaño de que no era simplemente sudar y echarse agua fría, sino hacer “cardiovapor”, que es lo mismo, pero suena mejor para los que, como una inmensa mayoría, decidieron claudicar a los aparatos donde se corre como hámster en jaula, y las pesas que pensábamos nos dejarían cual Adonis en menos de lo que canta un gallo.
    Después vino el momento de hacer cuentas y descubrir que era el vaporazo más caro en la historia de cualquier persona. Vaya que ni porque en no pocas ocasiones ayudó a sudar la horrorosa y despiadada cruda, justificaba un gasto tan de plano sin sentido.
    Vino la tristeza porque de un día para otro se dejaría de ser parte del grupo de “fufurufos y fufurufas” que llegan presurosos, tiran las llaves del auto a quien por 90 pesos lo lava en menos de lo que canta un gallo, y después, celular en mano, confirma citas para desayunos, comidas o cenas.
    Además que se tendrían que cancelar las contadas pláticas en el vapor, siempre ininteligibles por el eco del techo alto y el zumbido como de abejas en panal.
    Pero ni hablar. Será con otra suerte y alguna lotería el regreso.
    Y ahí estamos, con nuevo horario y nueva vida, en la pista del deportivo municipal.
    A las 8 de la mañana en punto, ya rumbo a la casa, la música anunciaba el arranque de los cursos de zumba a cargo de una mujer de pelo güero y sonrisa agradable. Quince, veinte alumnas, y un gusto cierto por el baile, me confirmaron que después de todo es como regresar a los tiempos de la niñez, cuando una pelota y el sueño de ser futbolista, era lo más importante en canchas sin pasto y llenas de hoyos.

Mil gracias hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Terminaba la jornada matutina con el vapor, que pasados los meses se convirtió en la única actividad desempeñada, con el autoengaño de que no era simplemente sudar y echarse agua fría, sino hacer “cardiovapor”, que es lo mismo, pero suena mejor para los que, como una inmensa mayoría, decidieron claudicar a los aparatos donde se corre como hámster en jaula, y las pesas que pensábamos nos dejarían cual Adonis en menos de lo que canta un gallo.

    
    

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