* Fiesta de pueblo
La fiesta del pueblo donde nací es el 25 de agosto, es decir un día como hoy porque se celebra a San Miguel, patrono de los pocos que aun quedan, pero de todos los que regresan del lugar donde ahora viven, que en muchos casos son los Estados Unidos. Es la única fecha en que los fantasmas dejan de ser los únicos habitantes, lo mismo que los recuerdos y las nostalgias que siempre van a parar a un lado de la laguna cada vez más seca, después que un temblor le abrió una gigantesca herida por donde se ha ido el agua.
Hace años, demasiados, que no me aparezco por esos lugares, tampoco mi padre que puntualmente preparaba durante semanas de anticipación lo necesario para tomar el autobús y caminar el largo crucero que va desde la carretera a las primeras casas, donde siempre lo esperaba su compadre don Adolfo para tomar las primeras cervezas Victoria y empezar a recordar, recordar con ganas los tiempos idos.
Me hubiera gustado ser más parte del pueblo, tener el alma realmente pueblerina como decía mi tía Amelia, y ver el mundo con la inocencia de quien se soma por vez primera al cielo estrellado, que todas las noches se pone encima de la laguna y hace que uno confunda si es el agua o el cielo, o los dos llegaron a ser uno nadamás.
Salir tan niño del lugar donde se nace, a la postre acaba por dejar una melancolía pequeñita, apenas visible en los ojos; la nostalgia de lo que no se pudo vivir, y a cambio tener presente una memoria con calles de cemento, gente de ciudad que apenas si recuerda, como uno, lo que fue el origen de su familia, y que siempre es un pueblo.
Hubo fiestas en que con el simple sonido de un violín era posible la alegría, me ha contado mi padre. Tampoco había luz eléctrica y por supuesto tampoco conjuntos escandalosos de música, pero la canción única y sentida del instrumento de madera, bastaba para saber que el Día de San Miguel no podía pasar de largo.
Ahora que lo veo, sin la posibilidad de recordar triste sería la existencia, porque contrario a los que pregonan que lo más importante es el presente, lo que fue también tiene un peso específico, fundamental en la vida de todo ser humano. Incluso, a la manera de una canción, lo que pudo haber sido y no fue, es otra parte que nutre la estancia corta que tenemos en el mundo.
De nada sirve a estas alturas intentar siquiera volver a una fiesta que sólo conocí por las pláticas de mi padre, mi tía que a todo le agregaba elementos de magia pero también de comedia. Vaya que era talentosa para ponerle apodos a medio pueblo y burlarse de los pueblerinos, a los que siempre extrañaba pero al mismo tiempo buscaba olvidar por eso, por pueblerinos.
Me queda la certeza de que San Miguel es un lugar inexistente, al menos no el que acabé por construir a fuerza de recuerdos ajenos. Puede ser un lugar como tantos donde pasamos rumbo a un lugar, y nos preguntamos cómo hacen para que las tardes sin nada qué hacer nos los mate de aburrimiento.
Un parque diminuto, la iglesia, el quiosco, el jardín, la tienda donde venden cervezas y cacahuates para pasar el rato, el tiempo que debe transcurrir porque, contrario a lo que a veces se piensa, en ninguna parte se detiene.
Hoy es la fiesta del pueblo.
Sin la memoria extraviada que reconstruye lo que puede a golpes de invenciones, se estaría perdido con la realidad que no sirve para nada en estos tiempos.
En algún crucero de carretera, donde a lo lejos se mira entre siembras la calle principal, por ser la única, la memoria de cada uno de los que dejó la tierra original, debe pasearse a fuerza de querer hacerlo.
La memoria necia que no quiere olvidar de dónde vino, sin saber nunca a dónde va.
Mil gracias, hasta mañana.
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
Ahora que lo veo, sin la posibilidad de recordar triste sería la existencia, porque contrario a los que pregonan que lo más importante es el presente, lo que fue también tiene un peso específico, fundamental en la vida de todo ser humano. Incluso, a la manera de una canción, lo que pudo haber sido y no fue, es otra parte que nutre la estancia corta que tenemos en el mundo.