LAGUNA DE VOCES

    •    La fuente del jardín


Empiezo a recuperar la memoria, y el agua que cae de la fuente que está en el jardín tiene un número determinado de gotas que nunca habrá de superar, si acaso perder por el calor y los pájaros que llegan a refrescarse por las mañanas si sale el sol. También puede influir la vibración de tráileres que hacen un ruido ensordecedor, las sirenas de patrullas, ambulancias y carros de bomberos, que por lo menos una vez al día se escuchan para avisar que alguien dejó el mundo en medio de un accidente. El mundo se puede reducir a unos cuantos metros cuadrados, y todavía se puede hacer más pequeño si a uno le da por colocar serpentinas de acero afilado para frenar a los ladrones que hoy abundan a pasto en estas tierras.
    La memoria regresa temprano cuando suena el despertador y estamos en el mismo lugar que ayer, con la certidumbre que el hoy solo puede tener justificación a partir de un futuro que solo por segundos se asoma detrás del chorro de agua que cae y cae en la fuente que se alimenta a sí misma, que se ahoga y luego saca borbotones para darse un respiro.
    Nunca habrá lugar más absurdo para transitar el espacio de la incertidumbre que el centro de trabajo, porque todos a una hora determinada apuran las cosas para regresar, es decir para irse, porque va contra todos sus principios pensar que el lugar donde uno trabaja se convierta en destino. Así que da lo mismo si llega la noche o el día, porque igual que la fuente, el que la mira solo puede sobrevivir a partir de comerse durante las madrugadas y regurgitarse a las pocas horas.
    Los sonidos antes fantasmales han dejado de serlo, y en las bancas blancas que rodean el jardín han dejado de aparecerse ancianas enlutadas, lo mismo que la mujer de abrigo azul marino con una niña de la mano. Resulta seguramente espeluznante para ellos mirar a quien se asoma por el ventanal sigiloso para que no se den cuenta de su presencia, y asustados han dejado de mirarse porque perdieron el misterio.
    Solo hay unas horas en que se hace el silencio absoluto apagadas todas las luces. Se diría que todo entra en un estado de catalepsia, tanto que hasta las estrellas del firmamento dejan de moverse. Ni un solo ruido por ese espacio de tiempo, ni un solo automóvil que rompa con el motor ajetreado el compromiso de permitir que todo duerma.
    Después, al paso igual que una gran maquinaria, se oye el crujir del primer engranaje con el ladrido de un perro, el canto de un gallo despistado citadino, los pájaros cantores que llegan a celebrar la vida y finalmente el rumor de colmena que siempre provoca la gente, sea una sola o muchas. Todo empieza de manera puntual, esté o no presente el que mira y se queda con la rara sensación de que la vida tiene mucho parecido a una gran maquinaria.
    Apenas clarea, la rutina está en todo su apogeo, y la llevada de niños a la escuela, gente que corre con audífonos en las orejas, los que colocan sus puestos de tamales, atoles y gelatinas, todo eso tiene que ver con que el mundo se despierta.
    He decidido por ello hacerme cargo de la fuente, lo que quiere decir apagarla cuando todos se han ido, y prenderla antes que las señoras de la limpieza traspasen el portón del trabajo. Está a mi cargo y sí, estoy cierto que hay cientos de fuentes tan solo en la ciudad, miles en el Estado, decenas de miles en el país, pero está bajo mi responsabilidad y por lo tanto debe cumplir desde temprana hora el ritual de subir el botón que la prende, y bajarlo cuando ha cumplido su jornada de sonido y luz. No hay de otra. En tanto permanezca en este lugar único para mirar el jardín, habré de cumplir esta misión.
    Pocas misiones tan importantes, me digo, porque de alguna manera representa la capacidad de la constancia, y sé que sin constancia nada es posible. Así que durante muchas semanas he decidido ser puntual como reloj, y la fuente lucirá su esplendor como nunca antes.
    Esa es una tarea que debo cumplir, me digo cuando la noche llega, los focos se prenden y espero a que se vaya el último de la redacción, para apagar el brote de agua, el borbotón de agua que puede ser uno y la fuente.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
Después, al paso igual que una gran maquinaria, se oye el crujir del primer engranaje con el ladrido de un perro, el canto de un gallo despistado citadino, los pájaros cantores que llegan a celebrar la vida y finalmente el rumor de colmena que siempre provoca la gente, sea una sola o muchas. Todo empieza de manera puntual, esté o no presente el que mira y se queda con la rara sensación de que la vida tiene mucho parecido a una gran maquinaria.

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