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LAGUNA DE VOCES

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    •    Canícula


La simple acción de respirar se ha convertido en un tormento al mediodía en cualquier lugar. Lo mismo en el interior de casas, en las calles, el mercado, las tiendas, el único almacén con aire acondicionado que se encuentra abarrotado por gente que no acude a comprar sino a guarecerse del calor, de los 57 grados centígrados que se sienten y despertaron la piedad de los dependientes que amenazaban con sacar a quienes no adquirieran ningún producto, o estudiaban la posibilidad de exigir una compra mínima si deseaban permanecer las horas que se hacen insoportables hasta que cae el sol.
    Al final se generó ese sentimiento de solidaridad que produce la certeza de que en cualquier momento uno de los que está al lado caerá fulminado, luego otro y otro, hasta que finalmente es uno mismo el que se desvanece con la mirada perdida y un gesto de haberse perdido en algún punto del universo. De tal modo que nadie busca sacar provecho de nadie cuando es inminente que el astro rey se fue de boca en Huejutla para dejar achicharrados a quienes se crucen en su camino.
    Uno de los dependientes estuvo a punto de anunciar que la mercancía estaba a disposición de quien así la necesitara, que podían salir sin ningún problema por la caja y olvidándose de pagar, que ya rumbo al otro mundo resultaba absurdo querer obligar a pagar algo que nadie disfrutaría, en caso de que se atreviera a dejar la gigantesca hielera de la tienda departamental.
    Y sí, todos se quedaron, y lo que en un primer momento pensaba que sería necesario para evitar una sobre saturación del local, que incluía guardias al frente del inmueble, pero siempre adentro donde el aire acondicionado pegara, fue descartado al mirar de lejos, a través del aire caliente que hervía, siluetas que se tambaleaban hasta caer y hacerse vapor para elevarse al cielo.
    Solo algunos hombres color cobre alcanzaron a asomarse a unos cien metros con los ojos de espanto, para luego evaporarse a la vista de todos, sin dejar rastro, como no fuera pedazos de ropa que ardían. Pero los cuerpos se convertían en agua que luego se consumía en segundos.
    Ahora que recuerdan la canícula de esos años, los que ya son viejos echan la cabeza para atrás, respiran hondo y juran que nunca pensaron sobrevivir, que de no ser por esa bodega refrigerada, nadie hubiera podido dar testimonio del tiempo aquél en que el sol dejó de alumbrar la tierra para quedarse en ese pedazo de la Huasteca Hidalguense no solo durante el tiempo que siempre dura la canícula, sino por meses enteros en que la población prácticamente desapareció y solo un aire acondicionado que nunca dejó de funcionar los mantuvo con vida.
    Todo el municipio empezó a transformarse en agua, que empezaba a hervir en pocos segundos y luego subía al cielo impulsada por un torbellino que aparecía de la nada. Los de la hilera gigante son los únicos que pueden dar testimonio de lo sucedido, pero ver a parientes hacerse vapor todavía duele tanto que casi nadie habla.
    Al calor hay que respetarlo. Nunca se sabe si lo de julio y agosto de ese año volverá a repetirse. Tuvieron que pasar muchas generaciones para que la ciudad se repoblara y recuperara su alegría que por vez primera, -y todos esperan única-, desapareció en esos meses de tragedia.
    Es cierto, el galerón se convirtió en una hielera que dejó en estado de sueño a los cientos de personas que se escondieron en la tienda. Algo pasó que al primer mes de funcionar sin interrupciones de ningún tipo, el aire cobró tanta fuerza que dejó a todos con los ojos abiertos y un rictus de calma, de mucha tranquilidad. Todos, sin excepción, se conservaron con la misma edad que cuando ingresaron a la tienda. Todos, sin excepción, siguen ahí, porque nadie se atreve a jalar la manija que apaga el aire, el congelador.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta        

CITA:
Todo el municipio empezó a transformarse en agua, que empezaba a hervir en pocos segundos y luego subía al cielo impulsada por un torbellino que aparecía de la nada. Los de la hilera gigante son los únicos que pueden dar testimonio de lo sucedido, pero ver a parientes hacerse vapor todavía duele tanto que casi nadie habla.