* La memoria fotográfica de Héctor Rico
Siempre que vemos fotografías antiguas, digamos de la época revolucionaria, nos preguntamos quiénes serían esos que se asoman atrás de Pancho Villa, Emiliano Zapata. Quiénes los que pelan tamaños ojotes al paso de los contingentes zapatistas, villistas; quiénes también los que no son ni el Centauro del Norte, ni El Atila del sur. ¿Nadie, gente simplemente, los que siempre aparecen para rellenar el escenario?
Sin embargo siempre son alguien.
Ayer justo, el maestro de la fotografía Héctor Rico Alonso, me mostró parte de su archivo en el que nos apuramos a identificar a los que fuimos hace 30 y tantos años, para admirarnos de lo dramático que es el paso del tiempo, recordar a los ya murieron, ver el pasado que nunca regresa, el hoy que se traduce en pelo blanco, cuando lo hay, y una mirada diferente, totalmente diferente a esos que no pasábamos de los 25 o 26 años.
Somos alguien y no fantasmas en el recuerdo de los que señalan la fotografía y logran identificar al que otros que pasaron por la exposición conformada por las gráficas anotadas de Héctor, seguro ni siquiera se preguntaron quién es el de lentes y bigotes, el trajeado…
Somos alguien cuando una sola persona, pariente, amigo, quien sea, de pronto pronuncia el nombre de quien, de otro modo, acabaría por convertirse en nada, en un algo inexistente. Pero somos alguien, damos vida al que con gusto identificamos, incluso recordamos la fecha, el motivo por el que estábamos en un auditorio, una entrevista con el político en turno, el líder, el investigador, el damnificado.
Cada foto resulta también una historia, un instante que de pronto se hace eterno, y evoca, trae a la actualidad aquellos que fuimos, y lleva a confirmar a Neruda, “nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”. Aunque sí lo somos, de alguna manera a partir de los recuerdos, a partir de las nostalgias imperiales de César Vallejo.
Me gustó ver al joven Roberto Herrera Rivas, otro maestro de la fotografía; a Hosking, camarógrafo; a Lizardi… a tantos otros que un día decidieron que era tiempo de partir, y se fueron.
A los que siguen, ya no tan cerca como en la fotografía, pero finalmente compañeros en una larga etapa de existencia. Etapa vital para mirar el mundo.
Decían en tiempos antiguos que ese aparato que retrataba también se robaba el alma. Yo creo que sí, pero solo el alma momentánea, instantánea, fugaz. Algo se queda en esa copia de la realidad que nos tocó vivir.
De alguna manera están entre nosotros. Estoy seguro que un día cualquiera me toparé en la calle con Roberto Herrera, y como cada ocasión que después de uno, dos, hasta tres años sin vernos, reiniciará la plática como si un día antes nos hubiéramos encontrado para platicar hasta la madrugada, y simplemente seguir.
Algo de mirar el pasado inmediato nos produce la certeza de que los difuntos no se van para siempre, simplemente duermen, descansan, y en cualquier instante aparecerán en las fotos de celular que acostumbramos tomar a la menor provocación.
Fuimos parte de algo. Nos recordamos en un pequeño círculo de amigos, o simples conocidos a estas alturas. No, es cierto, jamás alguien evocará nuestro nombre como si se tratara el Centauro del Norte, El Atila del Sur. Seguramente para quien nunca nos conoció seremos parte del relleno que se pone en todo escenario fotográfico, pero no para los otros, es decir nosotros mismos.
Me alegró ver las fotos de Héctor Rico, porque parte del ejercicio vital y necesario cuando crecemos, es recordar, simplemente recordar.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
CITA:
Somos alguien cuando una sola persona, pariente, amigo, quien sea, de pronto pronuncia el nombre de quien, de otro modo, acabaría por convertirse en nada, en un algo inexistente. Pero somos alguien, damos vida al que con gusto identificamos, incluso recordamos la fecha, el motivo por el que estábamos en un auditorio, una entrevista con el político en turno, el líder, el investigador, el damnificado.