LAGUNA DE VOCES

* Yeso con alma

Hay un niño Dios que desde hace varias semanas se quedó con su vestido blanco y holanes verdes en una silla miniatura de madera en la cocina. Por alguna razón la casa se siente más segura y la navidad es asunto de todos los días, incluso en un mes tan raro y poco constante en su clima como el de mayo.
    Ahora que me acuerdo, el fin de año pasado no estuvo en manos de nadie para ser arrullado, porque las prisas de ir a celebrar la nochebuena a otra parte, hicieron que el olvido lo dejara en el lugar que hoy ocupa: la barra en que se cortan cebollas, jitomates y demás ingredientes para la comida diaria.
    Es posible que sea el mejor lugar, porque la preparación de los alimentos es una tarea que seguramente cansa a la jefa de la familia, que sin embargo ha conservado el gusto y el cariño por lo que hace cotidianamente, y en eso tiene mucho que ver el niño Dios.
    Las figuras de santos y santas fabricadas en yeso siempre causan una impresión importante en los seres humanos, más si son niños. Tienen por un lado la habilidad para hacernos pensar que son en realidad personas que se quedaron guardadas en un molde, pero que cualquier día, el menos pensado por supuesto, empezarán a caminar para susto de quienes los contemplan.
    Siempre que se le pregunta a cualquiera lo que haría si se quedara encerrado toda la noche, solo, en una iglesia, confiesa que es una de sus peores pesadillas, y todavía más si una de las imágenes cobra vida, cualquiera que sea, pero todavía más si se trata del Cristo ensangrentado en la cruz.
    Sin embargo de día, en compañía de otros feligreses, tienen la capacidad de apacentar el alma, recibir mensajes enviados entre sollozo y sollozo, y de un modo u otro ser conducto para que la respuesta divina llegue.
    Las representaciones de personajes divinos han sido siempre el flanco por el que otras religiones atacan con singular virulencia a los católicos, y la cita del becerro de oro del Éxodo es recurrente para fundamentar sus actitudes.
    A mi, en lo personal, me da igual. El hecho es que mirar a un pequeño niño Dios sentado en una sillita de madera, me recuerda aquellos tiempos en que podía creer, simplemente creer porque el mundo se dividía entro lo real y lo mágico, pero sin una división clara de dónde terminaba el segundo.
    Cada año que pase, seguramente en imitación de mi padre, tendré que acercarme más al mundo donde era posible tener fe, visitar una iglesia y prender veladoras; rezar, platicar con imágenes, y tener la certeza de que en el simple yeso existe la fiel y clara voz de los ángeles.
    Al final de cuentas todos transitamos la existencia como figuras de yeso, es decir plagadas de apariencias, mutiladas por lo que se hizo o se dejó de hacer, con la nariz mocha, una mano apenas sostenida por hilos y unos ojos que de tristes, nos aseguran el camino a la redención.
    El pequeño niño Dios no se mueve, luce su vestimenta de holanes verdes, una coronita de hilo dorado, y una tranquilidad que se contagia.
    Es por supuesto más que yeso.
    Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
    Las figuras de santos y santas fabricadas en yeso siempre causan una impresión importante en los seres humanos, más si son niños. Tienen por un lado la habilidad para hacernos pensar que son en realidad personas que se quedaron guardadas en un molde, pero que cualquier día, el menos pensado por supuesto, empezarán a caminar para susto de quienes los contemplan.

    

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