LAGUNA DE VOCES

* Los juegos mecánicos

La primera vez que fui a la feria me fue como en feria, porque tuve a bien treparme en “El Martillo”, un artefacto concebido por alguna mente siniestra que daba vueltas a gran velocidad luego de colgarte primero de cabeza a unos 15 metros de altura, dentro de una cabina que además giraba como cafetera. El resultado casi siempre era vómito por todos lados y los ojos que tardaban en fijar la mirada un promedio de diez minutos, por la manía del encargado de aumentar el tiempo del recorrido gratuitamente, si los ocupantes gritaban a todo pulmón y juraban que se iban a morir.
    Siempre fue el juego que más miedo provocaba, con todo y que en la colonia donde se instalaban, el muchacho que aceitaba los engranajes y ponía en marcha la maquinaria, en más de una ocasión se trepó por la parte de afuera y aguantó sin ninguna complicación el viaje.
    “El Martillo” eran dos martillos que se balanceaban hasta cruzarse en las alturas y dibujar una circunferencia completa en el aire, mientras en su interior, dos infortunados cerraban los ojos cuando daban por hecho que se estrellarían contra el piso, en tanto el cinturón de seguridad apretaba la barriga con peligro de hacer que saltaran los ojos de sus cuencas.
    Pintado de blanco con vivos rojos, la cápsula lo mismo podía llevarte hacia delante, hacia atrás, para finalmente confundirte y simplemente perder la noción de la realidad. Era, es, un juego para sufrir, pero en el baldío de la colonia en esos ayeres, era la única posibilidad de probar lo primeros intentos en el arte de volar en juegos mecánicos.
    Las cosas han cambiado de esa época antediluviana, a la modernidad de los parques de diversiones que hay en la Ciudad de México. Hoy volar es volar, en todo el sentido de la palabra, lo mismo cines en cuarta dimensión, montañas rusas, columpios que se elevan hasta el mismo cielo. Son otros tiempos.
    Temprano, junto con sus primos, Valentina abrió los ojos antes de las 7 de la mañana, miró la calle, se paseó nerviosa, hasta que el transporte pasó para ir a un lugar que se llama “Seis Banderas”, y desde donde se reportó primero con la vestimenta de la Mujer Maravilla, y luego la imposibilidad de treparse a “La Medusa”.
    Como todo buen abuelo me hizo feliz saber que ella lo era, porque a sus diez años es la primera vez que va a un lugar donde es posible creer de nueva cuenta en la magia de las cosas, con todo y lo artificial que pueda parecer.
    Tendrá mucho que contar de su primer encuentro con alguno que otro juego como “El Martillo”, que seguramente si algún día se lo muestro en el internet, dirá que parece una carroza vieja que surcaba los cielos como un viejo satélite ruso, que tarda en caer a la tierra siglos y siglos.
    El concepto de mis años de niños en juegos mecánicos era otro, muy diferente al de estos tiempos, en que uno se convierte en el hombre murciélago y como un rayo cruza el horizonte. En aquella época probaba la fuerza que se pudiera tener en los brazos para evitar quedar aplastado contra la rejilla que evitaba uno saliera disparado del dichoso Martillo. Era incluso sufrir como un condenado, porque eso de que te den vueltas y te pongan de cabeza hasta que la sangre se te va a la cabeza, para luego hacer que el aparato gire y gire sin parar, francamente no era muy divertido que digamos.
    No, a Valentina nunca dejaría que se subiera a uno de esos aparatos de tortura, y ahora que veo bien, tampoco a “La Medusa”, ni al “Batman”, ni a eso que al que mira nadamás, le provoca tanto terror por el miedo a que la computadora se haga loca y provoque que los pasajeros, por más amarrados que vayan, salgan disparados quién sabe hasta dónde.
    Y luego de lo anterior veo que generalmente los abuelos preocupones, no deben ir a ese tipo de parques con sus nietos. Mejor esperarlos a que regresen, y nos platiquen esa aventura que es tocar el cielo con las manos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
El concepto de mis años de niños en juegos mecánicos era otro, muy diferente al de estos tiempos, en que uno se convierte en el hombre murciélago y como un rayo cruza el horizonte. En aquella época probaba la fuerza que se pudiera tener en los brazos para evitar quedar aplastado contra la rejilla que evitaba uno saliera disparado del dichoso Martillo. Era incluso sufrir como un condenado, porque eso de que te den vueltas y te pongan de cabeza hasta que la sangre se te va a la cabeza, para luego hacer que el aparato gire y gire sin parar, francamente no era muy divertido que digamos.

    
    

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