LAGUNA DE VOCES

    •    Los dones del rayo


La única historia que conocí de aquella mujer fue la de su muerte cuando un rayo le cayó encima. Vivió con los ojos en llamas apenas unos segundos, pero a todos quienes la miraron se les quedó para siempre la seguridad de que habían descubierto algo en esos minúsculos instantes, tanto que después ya no fueron los mismos, y baste decir que la mayoría acabaron consumidos por un fuego que les salió justo de la barriga hasta dispararse al cielo por los orificios donde descansan la canicas gelatinosas de colores que miran el horizonte.
    El primero en irse fue Raymundo, un hombre corpulento pero llorón como un niño. Desconozco si antes era así, pero a raíz de lo que miró la noche en que la muchacha del rayo murió, adquirió el don de hacer que las cosas inanimadas cobraran vida. Él justificaba que la madera es algo vivo cuando es parte de un árbol, pero todos pudieron ver que las figuras más insignificantes que tallara adquirían una perfección que siempre acababa por espantar.
    Lo más grave ocurrió cuando construyó su propio ataúd y éste lo abrazó con tal ternura, que se negó a salir de el en el momento que se metió para saber si podía estirarse a sus anchas cuando llegara el momento. Fue imposible convencerlo que saliera, y fue así que a las dos semanas de atrincherarse en la caja, murió consumido por un fuego desconocido que le empezó de dentro sin provocarle ningún dolor, al contrario, hasta el último momento que fue posible verle el rostro, se veía contento, alegre.
    Otra, Lucía, supo cuando se fue Raymundo que era la siguiente en la lista, pero se le veía tranquila, y la habilidad adquirida para que todos los que estaban a su lado soñaran la misma historia, es decir una realidad como la que todos habían esperado hacer realidad, le sirvió para nunca sentirse sola.
    A la entrada de su casa empezaron a formarse gigantescas filas de personas que pretendían ser aceptadas en ese sueño que todos comentaban, y del que una inmensa mayoría se negaba a salir, aunque aceptaban hacerlo cuando los hijos, las esposas, los esposos, les rogaban que cuando menos salieran para cumplir su responsabilidad que les esperaba en la vida del diario.
    Igual que Raymundo, una mañana, cuando apenas se empezaban a formar las filas frente a la puerta de donde vivía, les anunció que no les obligaría a salir, pero era un hecho que el fuego consumiría todo lo que encontrara a su paso. Algunos se despidieron de Lucía con lágrimas en los ojos, pero otros, muchos, le dijeron que la acompañarían para que nunca se sintiera sola.
    Accedió y a los pocos minutos eran consumidos por un fuego delicado, que si bien los convirtió en cenizas, no les obligó a gritar de dolor. Simplemente se fueron.
    Por último Manuel supo que la única habilidad que los ojos de la difunta consumida por un rayo le había dejado, era que conocía la fecha y hora exacta de su muerte, la de él. Así que planificó a detalle lo que haría los 5 años y 12 días que le quedaban. Algunos aseguran que vivió como si estuviera a punto de partir, pero no fue cierto. Por el contrario, dedicaba horas y horas a mirar el pequeño lago que había cerca del pueblo donde regresó a vivir, muchas horas a las estrellas, y lo más que podía a congraciarse con el amor.
    Porque en definitiva nadie podrá decir que no dio el último suspiro pasados los 5 años y 12 días. Sí, también murió consumido por el fuego, pero a su favor es posible asegurar que fue el único que se miró en los ojos de aquella mujer a la que le estalló un rayo en los ojos.
    No, no miró a la muerte. Siempre aseguraba que al contrario, la vida con su fecha de caducidad le concedió la oportunidad que nadie tiene, y es saber lo valioso del tiempo para hacer las cosa que luego dejamos pendientes porque siempre andamos preocupados por ver cómo nos salvamos de lo inevitable.
    Supo del amor como pocos, y eso le valió la salvación de sí mismo. Nunca seremos eternos, pero cometemos el error de pensar que en una de esas a lo mejor sí, y de tanto intentarlo llega el momento en que ya no hay tiempo de aprovechar el tiempo.
    Así que cuando murió Manuel, de alguna manera, todos supieron que dar vida a lo inanimado es un don único; todavía más hacer que los sueños se hicieran realidad, pero nunca nada más pleno de esperanza, que hacer algo de la vida propia.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
CITA:
No, no miró a la muerte. Siempre aseguraba que al contrario, la vida con su fecha de caducidad le concedió la oportunidad que nadie tiene, y es saber lo valioso del tiempo para hacer las cosa que luego dejamos pendientes porque siempre andamos preocupados por ver cómo nos salvamos de lo inevitable.
    

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