LAGUNA DE VOCES

    •    Legiones de solitarios


Usamos las posibilidades de una computadora, un celular, una tableta, a la mínima capacidad, porque cuando escribimos en el Word de office, apenas apretamos una tecla equivocada y ya aparecen cosas raras que desfiguran toda la página; líneas punteadas casi invisibles, necias rayitas rojas al lado izquierdo, raros jeroglíficos que no se despegan de las letras normales. En fin, todo un desbarajuste que en no pocas ocasiones acaba por arruinarnos un trabajo que ya creíamos terminado.
    No se diga también cuando, por misteriosas razones, el texto completo desaparece justo al momento que le damos los últimos toques. Es una constante que no se guarde apenas empezado, y la consecuencia es una y fatal: hay que empezar de nuevo lo que ya estaba terminado. El resultado es patético, porque nunca segundas versiones de lo mismo resultan buenas. Es una verdadera calamidad que a todos deja con una furia contenida, y la seguridad de que los aparatos electrónicos están muy por debajo de una máquina de escribir mecánica.
    El asunto es que un papel con letras no le sirve a nadie si no está guardado en un archivo electrónico. Incluso puede decirse que no existe hasta que está disponible en una versión de Word, o algo que se la parezca.
    Usamos poco de los recursos de una computadora, porque en realidad los que no somos ni diseñadores, ni ilustradores, ni retocadores de imágenes, con el procesador de palabras nos basta, con todo y que a veces queda la curiosidad por saber qué habrá más allá de ese pequeño mundo que creemos dominar.
    Lo mismo con el celular, aunque ya viciosos del whats, del face y toda esa fantasía de estar comunicados pero solos, estamos seguros que hemos llegado a una sabiduría tan grande que solo nos falta levitar. Pero la realidad es que simplemente repetimos patrones establecidos.
    A todos nos gustan las nuevas tecnologías. Nos embobamos con ellas, celebramos que hay información en línea por todos lados, videos con el accidente más reciente, la ejecución en un poblado cercano. Sentimos que la vida fluye a través de la pantalla del teléfono, a vece de la compu, y por lo mismo celebramos la modernidad.
    Me contó un pariente que recién viajó a Japón, que sin duda es una sociedad con una gran cantidad de atributos, en la educación, la limpieza de sus ciudades, el respeto a sus tradiciones. Todo perfecto y casi parte de un sueño. Pero confesó que en el metro, en restaurantes, donde quiera que vaya uno, nadie se habla, no platican, no nada. Y la razón es simple: el celular ha absorbido de manera definitiva la interacción entre humanos.
    Un vagón del metro lleno a su máxima capacidad, no genera ningún ruido de personas, porque todas se sumergen en su celular, mandan mensajes a personas lejanas, se enteran de todo y nada… no hablan.
    El futuro que ya vivimos empieza a convertirnos en una legión de solitarios, también de iracundos personajes que gustan de lanzar piedras desde el anonimato de las redes sociales. El futuro no es el que uno esperaba, porque cada vez nos hace más parte de una maquinaria llena de novedades, pero carente de ese algo que caracteriza al ser humano.
    Vendrán sin duda más cosas, más rapidez en las conexiones; más inmediatez para saber lo que acontece en el mundo entero, a lo mejor en otros planetas. Eso vendrá, no hay vuelta atrás, pero cada día descubrimos que ya nos empezamos a quedar solos, pese a miles de seguidores en face y twitter. Parece que la soledad del alma es equivalente a la cantidad de quienes aparecen como amigos o fieles lectores de lo que escribimos.
    Y eso preocupa.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
    
CITA:
    Vendrán sin duda más cosas, más rapidez en las conexiones; más inmediatez para saber lo que acontece en el mundo entero, a lo mejor en otros planetas. Eso vendrá, no hay vuelta atrás, pero cada día descubrimos que ya nos empezamos a quedar solos, pese a miles de seguidores en face y twitter. Parece que la soledad del alma es equivalente a la cantidad de quienes aparecen como amigos o fieles lectores de lo que escribimos.

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