Veladora para el muerto de Palmitas
El hombre asesinado la noche de este martes en la colonia Palmitas de Pachuca no fue cubierto con la sábana blanca que siempre, casi siempre, aparece de la nada para tapar el cuerpo, sobre todo el rostro, de quien es sorprendido por la muerte. Una manta de cuadros rojos y negros sirvió para hacerle entender que había dejado de pertenecer al mundo de los que aspiran con agónica urgencia el aire.
A los pocos minutos se acercó una mujer a colocar la veladora de vaso rojo justo arriba de la cabeza, tal vez la única luz que lo acompañaría en el viaje que todos aseguramos es sin retorno, aunque en muchos casos pedimos con intensa fe que en una de esas regresemos, a lo mejor sin memoria de lo que había pasado en ese primer intento de vivir.
Afirman los que saben de difuntos y que por lo mismo en un periódico son asignados a la fuente policíaca, que en raras ocasiones es posible ver a la persona que llega, cubre el cuerpo y pone una luz que solo se apaga cuando el cadáver es llevado por el Servicio Médico Forense.
Puede uno decir que en calles céntricas de una ciudad es fácil conseguir la sábana y la veladora, pero invariablemente, así sea en una carretera perdida en el pueblo más lejano del país, el hecho es que el difunto no se queda solo durante los primeros minutos que dejó el mundo que conocemos, y apenas a unos segundo de que jaló la última bocanada de aire, su cuerpo ya está cubierto y una pequeña llama del vaso, blanco, rojo o azul, empieza a decirle para dónde debe dirigir sus pasos.
Misteriosamente la pequeña candela no se apaga con todo y los aires, a veces hasta la lluvia, y poco o nada volvemos a saber de quién apuró el paso para colocarla justo arriba de la cabeza.
Los muertos deben ser iluminados. Todavía más cuando se fueron de manera violenta, porque negarles esa posibilidad sería condenarlos a la oscuridad, esa que da miedo y espanta desde que aún hay vida, y nada es más temible que quedarse en las tinieblas, y empezar a pensar que a lo mejor, después de todo, en eso consiste quedar en calidad de cadáver.
El primer gesto de que debemos ser algo más que máquinas con fecha de caducidad, es que seguramente muchos que se marcharon podrían declarar que de no ser por la lucecita prendida apenas expiraron, se habrían perdido justamente en la nada, la terrible y horrorosa nada.
Algo más terrible deberá ser para los que se van en medio de la violencia hoy tan de moda aquí y en el resto del país, porque la mujer que siempre llega con la sábana y la veladora, de ser una persona de estos lares, tarde o temprano acabará por cansarse y empezar a tener miedo.
Por eso la conseja popular insiste en que debe ser, si no un fantasma, la primera libertad que les concede la muerte para que sean ellos mismos los que se coloquen la sábana y la veladora. Es una posibilidad.
Aunque lo más sensato es aceptar que existe un grupo único, vital, seleccionado, de mujeres que un día cualquiera recibieron la consigna de andar por todos lados, a toda hora, para cubrir y poner una veladora a los cadáveres de atropellados, asesinados, accidentados, y de este modo ofrecerles el único consuelo que a veces se tiene, y la certeza de que no cambiarán el gesto de la cara, el último, con que miraron de frente a la muerte.
Por lo mientras este martes por la noche, seguro casi todos vieron a quien llegó con una veladora en vaso rojo, ya encendida, que colocó a un lado de la cabeza del hombre asesinado en la colonia Palmitas.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
Puede uno decir que en calles céntricas de una ciudad es fácil conseguir la sábana y la veladora, pero invariablemente, así sea en una carretera perdida en el pueblo más lejano del país, el hecho es que el difunto no se queda solo durante los primeros minutos que dejó el mundo que conocemos, y apenas a unos segundo de que jaló la última bocanada de aire, su cuerpo ya está cubierto y una pequeña llama del vaso, blanco, rojo o azul, empieza a decirle para dónde debe dirigir sus pasos