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El mar de la Huasteca
Supe que existía el mar cuando empezó a llover una tarde de abril, luego de meses y meses sin agua. El cielo se le parece, incluso se mueve igual de violento en meses de huracanes, hace que la tierra deje de ser lugar seguro y el ser humano tiene miedo porque trae la muerte cuando se cansa de advertir que donde hubo ríos hay memoria eterna.
El rumor de las olas llega en el viento, en las nubes cargadas a punto de reventar. Para quien recorre por enésima vez la carretera que va a Huejutla, sabrá que desde la sierra se anuncia mar de por medio, con todo y que al final solo existe en la imaginación. Sin embargo es real, más al límite de los días santos, cuando se abre la gloria y Cristo resucita.
Siempre ha sido igual, y lo será hasta el fin de los tiempos.
En la catedral de piedra la marea de indígenas crece, se eleva casi a la altura del crucificado. El mar inexistente arrulla, duerme los dolores, acaricia la soledad de los que siempre se preguntan sobre el destino que les tocó vivir, igual que el Judas de la traición que no nació para otra cosa que eso, la traición.
Solo las olas que se escuchan a lo lejos apaciguan la tristeza, la imposible aceptación de que en la suma de muertos serán otro número, sin posibilidad alguna de escapar, de esconderse, de hacerse a un lado, porque todo está escrito en algún pergamino antiguo que todos juran existe pero nadie ha visto.
Hace más de 30 años que miro la escena, y no cambia, son los mismos que se duermen escapados de la familia a media calle ahogados de alcohol, espantados de la vida, azotados por látigos de miseria y olvido. No cambia, es lo mismo, y uno empieza a dejar de sorprenderse, y a pensar que después de todo cada cual cumple su destino, su calvario, su pequeño papel en una obra que de monumental no se entiende.
Luego el regreso, con el mar a cuestas que sopla, que revienta la cinta de chapopote, que hace agujeros por todos lados, que deja en claro que la carretera nunca dejará de partirse a la mitad, igual que los corazones esperanzados que añoran la espuma de las olas en playas imaginarias.
He visto la historia, la he contado, pero estoy seguro que en una de esas nunca existió, que los huastecos doloridos no son tal, que se divierten jugándole bromas a la vida, al destino que tanto nos preocupa y espanta.
Ellos son el mar. ¡Eso es, ellos son el mar, el agua, la playa, las olas!
Porque uno que ve todo con ojos de tragedia, nunca se había detenido a mirar con atención que han ganado con la tradición de la felicidad un lugar especial en el universo, y miran, y se ríen de todos, y entonces será preciso empezar a construir un alma igual a la de ellos, igual de dispuesta a la alegría pura y clara como el dolor que superan al compás de un son, de la Xhochipitzáhuac para honrar a sus cielos, a sus paraísos, a los que siempre nos invitan, nos llaman.
El mar existe en la Huasteca.
Con olas, con playas, con espuma en la arena que se mira desde lejos, apenas salidos de la Sierra, apenas deslumbrados los ojos por el agua cadenciosa del verde profundo de sus tierras.
El mar existe, en el corazón tan decidido a desbordarse en locura, pero listo para renacer, para resucitar todos los domingos de Semana Santa.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
He visto la historia, la he contado, pero estoy seguro que en una de esas nunca existió, que los huastecos doloridos no son tal, que se divierten jugándole bromas a la vida, al destino que tanto nos preocupa y espanta.
Ellos son el mar. ¡Eso es, ellos son el mar, el agua, la playa, las olas!