- Zapatero a tus zapatos, nunca un refrán tan exacto
Cuando se traba el seguro de una puerta es oportunidad única para comprobar que se sabe maldita la cosa de asuntos que pudieran parecer simples, sencillos, cosa de niños. De inmediato el desarmador que se tiene no sirve porque es plano y para quitar la chapa se necesita uno de cruz. Buscar por todos lados es una tarea que consume hasta dos horas, en tanto se maldice cómo es posible que alguien haya tenido la idea de que apachurrar lo que simplemente se debió haber girado para impedir que alguien abriera.
Finalmente, ya con desarmador de cruz en mano, descubrir el intrincado mecanismo en que dos tornillos largos sostienen la chapa resulta fácil, incluso quitarlos para darnos cuenta que es poco menos que imposible volverlos a colocar luego de botar el dichoso seguro a punta de golpazos. Una primera posibilidad es dar una primera vuelta una vez que ya encajaron las dos partes, que se abrazan a la puerta.
Mal principio porque entraron chuecos y de nuevo está trabada la chapa. Para esos momentos el nerviosismo por no poder hacer algo que parece tan, pero tan fácil, empieza a provocar una transpiración solo similar a la que, efectivamente, tiene como origen la ignorancia sobre cualquier compostura casera.
Ahora ya es una pelea de tú a tú con la puerta, y aunque se tiene el conocimiento de que lo mejor hubiera sido hablarle al carpintero, porque la puerta es de madera, el orgullo herido lleva a no sucumbir aunque el desarmador acabó por clavarse en el dedo anular que sangra con singular gusto, casi burlón a quien insiste en que esta vez no saldrá derrotado.
Servilletas o papel de baño se enredan en toda la mano, y de no ser porque se ha solicitado que nadie interrumpa al rey de las composturas caseras, seguro llegaría la ambulancia por lo escandaloso de la pequeña herida.
Finalmente cuadran los dos tornillos largos y las dos partes de la chapa se encuentran, se abrazan para tranquilidad del afanoso carpintero componedor de puertas.
Todo solucionado, se cierra la puerta por dentro con la seguridad de que el seguro quedó a pedir de boca. Primera prueba y nada, otra vez está trabado, pero ahora con la novedad de que el mecánico-carpintero se quedó encerrado y nadie lo escucha para que intenten sacarlo. Calma, serenidad y paciencia, decía Kalimán. El papel de baño y las servilletas se quedaron pegadas a la piel, hay un calor del demonio y la camisa está toda empapada por el sudor de los nervios y el orgullo ya totalmente maltrecho.
Pasa el tiempo y nadie acude en la ayuda del que no entiende qué le picó para pensar que podría componer una chapa, si apenas puede poner un foco. Inútil y más inútil.
Se prende el foco de la imaginación. Otra vez a desarmar, a quitar los tornillos que con tanto trabajo se lograron colocar. Pasa más tiempo. Una parte cae fuera, otra queda en las manos del casi inventor de la carpintería. Menos se abrirá la puerta, pero queda el recurso de sacar a la fuerza la pequeña lengüeta de metal que traba la puerta. Por supuesto queda astillada esa parte de madera.
Afuera el aire es respirable, hace menos calor.
En el suelo la otra parte de la chapa, la puerta con un ojo hueco y además los tornillos no aparecen por ninguna parte.
Mejor mañana, temprano, se hablará al carpintero, que llegará, mirará el desastre y con sonrisa de oreja a oreja, colocará en menos de cinco minutos lo que no se pudo hacer en casi toda una tarde
Zapatero a tus zapatos. Nunca un refrán tan claro, tan exacto.
Mil gracias, hasta mañana.
Twitter: @JavierEPeralta