LAGUNA DE VOCES

•    Palabras de eternidad

La condena del ser humano es el olvido, porque aquellos que nos recordarán llegada la hora de partir, también habrán emprendido ese camino, y de tanto esfuerzo por mantener en la memoria el nombre del que fue raíz original, es un hecho amargo pero definitivo, que apenas tendrán el tiempo necesario para guardar a los seres queridos. Todo lo demás se tendrá que ir, igual que uno es incapaz de nombrar al abuelo del abuelo, y es en ese justo instante cuando todo se hace polvo, algo casi igual a la nada, la tan temida nada.
    Nos recordarán, recordaremos, a los que en estos diminutos años que compartimos se quedaron para siempre, y eso de siempre solo es real en ese trance de profunda aspiración a urgir al destino para que nunca se vaya aquello que hoy mismo nos hace felices, dichosos de caminar por el estrecho sendero de la vida.
    Guardamos lo que podemos en un saco, a la manera del ladrón que entra subrepticiamente a robar en una casa, y toma sin orden ni plan lo que se le pone a la mano, con la esperanza de que sea lo más valioso. Y pasado el tiempo nos damos cuenta que no podemos siquiera relacionar los recuerdos con algo que diga algo de su presencia en el recuerdo.
    Sin embargo aspiramos a la eternidad, y el amor es el tema más constante, porque sin amor, lo sabemos, todo acaba por perder sentido, y es en ese momento que sufrimos, padecemos los embates del tiempo, porque no hay nada más absurdo que sufrir sin una razón.
    Atesoramos el amor como tabla de salvación. Juramos que nada habrá que borre la primera vez que descubrimos, que efectivamente amar nos hace inmortales, seres luminosos que se distinguen en el camino oscuro y siniestro de la existencia humana.
    Luego nos hundimos en el mar de la melancolía, y vemos que tal vez sea mejor suerte andar por la vida sin esperanza alguna, que después de todos es destino de la humanidad entera acabar hundida entre aguas turbias donde no entra rayo alguno de sol.
    Pero pasados los años, cuerpos inertes a merced de las mareas, de pronto nos descubrimos arrojados a una playa de arena fina.
    De nueva cuenta aspiramos a la eternidad, y corremos llenos de una alegría olvidada.
    El mar siempre es el escenario evocado para presentar a cadáveres que crecen después de estar guardados entre escombros.
    Y por supuesto hay posibilidad de que la memoria de alguien nos guarde del olvido, y esa es la mejor noticia en años y años de profunda tristeza.
    Algo crece en el ser humano cuando se siente socorrido por la playa de arena brillante, de luz, de la certeza aquella de que nadie se muere, se hace nada, si es nombrado todas las mañanas, todas las noches, todos los instantes que sirven para construir eternidades.
    Es nombrar, nombrarse, nombrar el mundo, nombrar la esperanza. Es crear mágicamente el mundo entero, porque no hay certeza más honesta que creer en el valor de la palabra que se pronuncia, que se dice, que deja de estar guardada para ser carne, presencia, humana y nítida voluntad de creer. Simplemente creer.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta   

CITA:
Guardamos lo que podemos en un saco, a la manera del ladrón que entra subrepticiamente a robar en una casa, y toma sin orden ni plan lo que se le pone a la mano, con la esperanza de que sea lo más valioso. Y pasado el tiempo nos damos cuenta que no podemos siquiera relacionar los recuerdos con algo que diga algo de su presencia en el recuerdo.
   
   

Related posts