LAGUNA DE VOCES

* El duelo por la vida

Hemos querido prepararnos para todas las circunstancias que entraña la vida, y por supuesto la muerte es parte de ello. Incluso en estos últimos tiempos apareció una nueva especialidad en el campo médico que asegura tener la solución para todo tipo de duelo. Y como al final de cuentas resultaba innecesario ser médico en los terrenos donde ya no hay nada que salvar, se abrió el campo de estudio para todo aquel que lo quisiera cursar con diploma de por medio.
     Así que ahora hay muchos tanatólogos por ahí, dispuestos a hacernos entender que la pérdida de cualquier ser querido no es sino parte de una lógica, y que como tal hay técnicas para asimilarla sin que nos cause tanto daño.
     Lo cierto es que resultan algo así como esos métodos de motivación personal, en los que se insiste al sujeto de laboratorio, que puede ser tan feliz como lo decida, que todo es cuestión de “echarle muchas ganas”.
     Si todos esos tratados de superación personal fueran reales, no cabrían en el mundo tantos triunfadores rebosantes de alegría.
     Pasa lo mismo con la muerte, pasa peor con la muerte, porque cualquier tratado para enfrentarla con “juiciosa calma”, choca con la verdad absoluta de que nadie que conozcamos ha sido difunto y ha regresado para contarnos su experiencia.
     Así que por necesidad todos esos seminarios del bien vivir la muerte son simplemente buenas intenciones, y en no pocas ocasiones oportunidad para los charlatanes.
     Cada quien enfrenta la partida del ser amado como Dios le da a entender, y las reacciones pueden ser: enojo, rabia,’desolación, aceptación y enojo de nueva cuenta.
     Lo cierto es que no hay lógica alguna en esto de la muerte, y eso es precisamente lo que más nos angustia, nos llena de temores y a veces nos quita el sueño por muchas noches. Casi igual que el amor. Es decir que el ceremonial de los adioses tiene mucho de amor y por eso nos enamora, nos llena de suspiros, de interrogantes, de ilusiones que construimos.
     Ni uno ni otra, amor y muerte, guardan un camino que se repita en toda la historia de la humanidad, y con tantos que llenan el campo santo de los recuerdos, o las listas de quienes lloraron por sentir haber perdido parte del corazón, es fácil comprobarlo.
     Por eso siempre será un absurdo encontrar en la librería algún tratado sobre el amor o sobre la muerte. Resulta que cada cual debe vivir su propia experiencia, si es que quiere convertirse en expositor de los temas.
     En términos generales y humanos, lo más que podemos hacer ante la inminente partida de un ser querido es acompañarlo, platicar de los momentos en que la vida rebozaba en si semblante, y hacerle saber que será guardado en la memoria todo el tiempo que se pueda, y que por necesidad es equivalente al espacio de nuestra propia existencia.
     Ya cada cual dará el paso exacto en que somos luz o simplemente esa nada que tanto espanta.
     De alguna manera el amor llena de un bálsamo especial de paciencia al que se va y a los que deja. Y con esto me refiero al amor que es paciente, que es tolerante, que sabe sanar la herida de haberse asomado al más allá y regresar con los ojos llorosos y espantados.
     El amor rescata de la muerte en  que a veces deambulamos por las calles, porque nos abre los ojos  y el corazón al paisaje nublado o luminoso de la ciudad que no se cansa de invitarnos a la tristeza nomás porque sí.
     Muerte y amor van de la mano. Cada quien sabe cómo combinarlos y hacer uno de los dos, para que nos guíe, para que nos sirva de lazarillo en momentáneas oscuridades, para servir de algo, de consuelo al que está por irse y se conduele por dejarnos.
     Y no, en definitiva no es para ser clasificado, codificado  para luego salir con que hay pasos exactos, del uno al diez, y así conjurar el misterioso dolor de la muerte.

Mil gracias, hasta mañana.

CITA:
    El amor rescata de la muerte en  que a veces deambulamos por las calles, porque nos abre los ojos  y el corazón al paisaje nublado o luminoso de la ciudad que no se cansa de invitarnos a la tristeza nomás porque sí.

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