* Fin de un nuevo día
Enfermo, se dio cuenta que la única vista que tenía desde la cama de convaleciente, era una barda de un metro, la punta del árbol flaco que nunca da hojas y otra ventana de la casa vecina, desde donde nunca se asoma nadie. Luego de casi tres meses, comprobó que solo podría ver sombras de lo que en realidad pasaba afuera de la caverna, además de las engañosas imágenes de un televisor donde había acabado por descubrir que ni siquiera pasaban sombras, sino algo más elaborado, pero igual de falso.
El asunto es que lo mismo le sucedía cuando podía andar por la calle. La certeza de que todo era un mundo de sombras le asaltaba rabiosa, violenta, traicionera en los peores momentos, en los menos indicados, cuando se encontraba inerme.
De pronto un día descubrió que se puede soportar absolutamente todo si por lo menos hay una ventana, grande o diminuta, por donde puedan colarse retazos de cualquier cosa que suceda allá afuera.
Cada cual puede tener las sombras a partir de las cuales interpretar la dichosa realidad, ninguno la esencia real de las cosas, y eso era algo definitivo desde que tenía uso de razón.
Aún cuando aprenda de memoria el número de tejas que alcanza a ver del techo, la grietas en el aplanado de las paredes, los mosaicos de color negro que cubren el balcón, el número de agujeros de la vieja cortina. Aún cuando la estampa se repitiera hasta la eternidad, está seguro que siempre podría pasar una golondrina por el pedazo de cielo y transformar todas las sombras.
Y en eso la televisión no es opción, tampoco lo que ofrece el servicio de películas y series, menos el you tube, como no sea hacerse experto en asuntos de platillos voladores, marcianos, fechas en que el mundo se acabará completito, conspiraciones que no hemos alcanzado a descubrir.
A estas alturas podría obtener un diploma por todo lo que sabe en materia de ufología. Empieza a pensar incluso que es de otro planeta, hasta que llega la noche y el pedazo de paisaje cambia al color de las farolas amarillentas.
Allá afuera será siempre la misma pregunta, las mismas conclusiones, la misma necedad de que el sueño, si es sueño, dura tan poco y es tan exacto en su conclusión lógica, que no queda otra más que aceptar el destino que siempre traemos guardado en la bolsa del pantalón.
Aseguran que ya empezó la temporada de huracanes y lluvias. Puede que así sea, porque sin previo aviso se sueltan aguaceros. Aunque en esta tarde que todavía tiene luz, porque no son las 7:47 como dicta el reloj, sino las 6:47 como comprueba la realidad, todo ha estado tan tranquilo que es difícil pensar que de verdad haya pájaros cantores colgados del árbol flaco y sin hojas.
Muchos son los que un día cualquiera quedan postrados para siempre en una cama de hospital. Por fin comprende muchas cosas, sobre todo la paciencia para conservar la esperanza de aquellos sin remedio.
Se apresura a conjurar esos pensamientos, porque después de todo no hay comparación. Se lamenta cuando ni un pensamiento de buenos deseos tenía para los enfermos de años y años.
Hasta que le pasa en carne propia es posible entender tantas cosas.
Así que mejor calla, guarda silencio, mira los últimos rastros del sol y espera con paciencia a que llegue la noche, el sueño, el fin de otro día.
Mil gracias, hasta mañana.
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
Aún cuando aprenda de memoria el número de tejas que alcanza a ver del techo, la grietas en el aplanado de las paredes, los mosaicos de color negro que cubren el balcón, el número de agujeros de la vieja cortina. Aún cuando la estampa se repitiera hasta la eternidad, está seguro que siempre podría pasar una golondrina por el pedazo de cielo y transformar todas las sombras.