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LAGUNA DE VOCES

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  • Divagaciones sobre los recuerdos

Olvidamos lo que hicimos ayer porque es la única forma de creer en la novedad de la existencia. En algún momento de nuestras vidas creímos como algo seguro la memoria, pero poco a poco y de manera irremediable, nos damos cuenta que de conservar todos los recuerdos, acabaríamos por no distinguir la realidad. Y la realidad cada vez es un algo imposible de entender, de agarrar con las manos, de pensar siquiera que estará ahí cuando de pronto necesitemos de ella. No existe, han dicho una y mil veces los que buscan de manera constante la razón de todo.

                Puede que tengan razón, y la construcción cotidiana de los elementos que le dan motivo de ser, no sea sino una obra inútil, un colado que se cae en la loza que nos pesa, y hace que un día cualquiera empecemos a creer que no valía la pena, que será una casa que nunca habitemos, o si lo hacemos, habrá perdido la magia cuando trazábamos en un papel croquis sin sentido, líneas que marcaban un patio para descansar.

                Siempre olvidar es la constante que nos hace entender que, después de todo, el paso que hayamos tenido en la vida fue eso, un paso ligero, sin tocar suelo, solo ligero y tan ausente como nosotros mismos.

                Jugamos, eso sí que lo hacemos, a dejar rendijas abiertas a los recuerdos, guías sin sentido para reconocer instantes en que fuimos felices, alegres de estar en el escenario que creímos dispuesto para nuestro lucimiento. Pero no era tal, simplemente ilusiones, vestigios de antiguos deseos que hoy se confunden, se hacen nada.

                Ayer una mujer murió atropellada por veloz camioneta enfrente de la Plaza Universidad de Pachuca. Nadie daba crédito que apenas unos segundos antes corría para alcanzar la otra acera, y luego volaba por los aires para caer ya sin vida. Un momento, diminuto, marcó el final del universo que había creado desde niña hasta los 60 años en que se fue.

                Entonces así de frágil esto de la vida. Entonces basta un descuido, un cerrar los ojos para cancelar la eternidad que se pensaba ganada.

                Olvidó por un instante mirar al lodo contrario de su carrera, no cerciorarse que siempre nos corretea la que tarde o temprano nos agarra. A veces así, en un vuelo por los aires. A veces en la cama del hospital. A veces, también, como otro hombre, este de 50 y tantos años, que de pronto se agarró el pecho y cayó, rotundo, duro contra el suelo en un barrio de la ciudad.

                Y los recuerdos se quedan ahí, en el olvido.

                Es una cita del dominio popular que nacemos para morir. Nadie la puede refutar, salvo Pablo Neruda que afirmaba eso de, “para nacer he nacido”.

                Pero el hecho constante es que al menor descuido ya nos vamos. Y no es asunto de estar todo el tiempo a las vivas, con los ojos abiertos con espanto para no caer en la tentación del olvido. Pero el olvido es precisamente lo que nutre la alegría de la existencia, lo que le da ese sentido absoluto de que todo puede ser nuevo, novedoso, como nunca antes.

                Y ahí pasa lo que pasa.

                Todas las muertes que leemos diariamente en los informativos, en las redes sociales, en la novedad que hoy vivimos de enterarnos apenas sucedieron, tienen que ver con un plan previo. Pero con todo y que ya nada nos sorprende, por lo menos nos asusta de vez en cuando que por un simple y vulgar descuido todo se acabe.

                Así que lo mejor será ir con la cabeza como rehilete, vuelta a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, a donde sea necesario, para que no sea la broma mortal de la muerte la que logre convencernos de que la memoria es necesaria para sobrevivir.

Mil gracias, hasta mañana.

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

Todas las muertes que leemos diariamente en los informativos, en las redes sociales, en la novedad que hoy vivimos de enterarnos apenas sucedieron, tienen que ver con un plan previo. Pero con todo y que ya nada nos sorprende, por lo menos nos asusta de vez en cuando que por un simple y vulgar descuido todo se acabe.