- Don Humberto Lugo,
el poder que da vida
Los hombres del poder son especiales. Igual las mujeres.
No es que hayan sido investidos de algún poder mágico, pero como si así fuera.
Dejan de ver el mundo como los demás, o como ellos mismos antes que la suerte y la fortuna tocaran a su puerta. También descubren que sus preocupaciones no pueden, ni deben tener que ver con la vida cotidiana. Eso sería tanto como nunca haber entendido que la existencia simple, la de la sobrevivencia, es cosa del pasado.
Y además se entiende que así sea, porque de otro modo resultaría hasta absurdo que pretendieran solucionar la vida ajena, si la propia padece las angustias que ahora buscan atender.
Es otra la vida, luego que la diosa fortuna toca la casa de un hombre o una mujer nacida para el poder. Es otra porque además descubren que no todos están hechos para esos menesteres. Algunos incluso sufren cual condenados el momento que se supone de gloria.
Esos no están hechos para el poder, para ejercerlo. Sí en cambio para acatar lo que diga quien lo tiene en sus manos.
Los seres humanos somos muy dados a concederle características no humanas a quienes tienen la capacidad de transformar vidas enteras a través del ejercicio del poder. Y es así porque la realidad lo demuestra.
La llegada de un nuevo gobernador implica, para sus más allegados, un giro de 180 grados en su rutina cotidiana, incluso en las metas y objetivos que tenían planeados, y veían como definitivos.
Por eso el festejo, las lágrimas, la postura recta como soldado, de quien hasta minutos antes de que el señor candidato o candidata lo recibiera, y lo abrazara con efusividad porque en realidad es su amigo del alma, se veía acabado, encorvado.
Es otro a partir del momento que el poderoso en ciernes lo reconoció entre la multitud. Lo distinguió y, sobre todo, le gritó por su nombre entre el gentío.
Alguien me contó que en el sexenio trunco de Jesús Murillo Karam, cuando había decidido no concluir su sexenio y aceptar un cargo en el gobierno federal, mandó llamar a don Humberto Lugo Gil, eterno aspirante a la primera magistratura estatal, quien de plano había dado por cancelada su lucha por ese cargo.
Al llegar a cuarto piso de Palacio de Gobierno, el hombre bigote y calva, apenas si susurraba algo a su ayudante. Portaba un bastón con el que sostenía su humanidad, y su andar era cansado por la espalda encorvada.
Don Humberto tardó eternos minutos para llegar a la puerta de madera y vidrios biselados. Cruzó la sala con alfombra blanca hasta el despacho del gobernador.
Luego de una hora y minutos, don Humberto salió. Se había dado el milagro de la transfiguración ante los ojos de todos los que siempre esperan en la sala que da a la oficina gubernamental.
Don Humberto caminaba erguido, sin bastón y paso firme. La voz era la de un hombre que vive sus mejores épocas, potente como trompeta de Jericó, exacta, vaya pues con ese elemento que solo otorga el poder.
A grandes zancadas cruzó el vestíbulo, bajó a pie las escaleras. Casi brincaba los escalones y los ojos, sobre todo, los ojos, eran lo de alguien que había regresado de la tumba, del olvido, de la melancolía.
Don Humberto había sido informado que a partir del día siguiente se convertiría en gobernador del estado de Hidalgo. Interino, pero gobernador.
El poder.
Mil gracias, hasta mañana.
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
La llegada de un nuevo gobernador implica, para sus más allegados, un giro de 180 grados en su rutina cotidiana, incluso en las metas y objetivos que tenían planeados, y veían como definitivos.