LAGUNA DE VOCES

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  • Don Juan y el amor

Que un anciano asesine a una enfermera de tres balazos y luego se dé uno en la cabeza, es una noticia que complica toda explicación razonable, si se parte de la idea añeja de que los viejos ya no tienen cabida en líos pasionales, y la única tarea que pueden desempeñar a gusto es resignarse al bien morir. Pero tomar de pronto la vida propia y ajena en sus manos resulta un hecho que sale de las denominadas sanas costumbres.

                “Mantenían una relación sentimental”, apunta la información como explicación única para el sangriento hecho registrado en el Centro Gerontológico de Tulancingo.

                Es decir que en algún momento el hombre de 72 años descubrió que, después de todo, la vida le ofrecía esa famosa tregua que cuenta Mario Benedetti en la novela del mismo nombre.

                Aseguran que los viejos se convierten en niños, no solo por la dependencia que tienen de los adultos, sino por el sentimiento a flor de piel que se transforma en llanto a la menor provocación, y una capacidad renovada para creer en todo, absolutamente todo.

                Pareciera que don Juan, como se llamaba el asesino y luego suicida, vivió los últimos años de su existencia con la certeza de que finalmente tenía la oportunidad del amor, así, el amor en todo su esplendor.

                Sin embargo la realidad fue otra.

                El martes de esta semana don Juan acudió al Centro Gerontológico con la decisión tomada. Nadie podría evitar que asesinara a Obdulia, a quien doblaba la edad, porque de otro modo no se entiende que llevara un arma de fuego entre sus ropas.

                A las diez en punto de la mañana se escucharon tres detonaciones, una era mortal por necesidad al incrustarse en la nuca de la enfermera. La cuarta no hizo sino cumplir el destino que se había trazado el hombre enamorado. Todo había terminado en unos cuantos minutos, el mismo universo que se pulveriza cuando el que lo mira deja de existir, la historia que seguro tuvo los instantes precisos que provocan amar de manera absurda, porque está claro que no hay otra forma de hacerlo.

                Don Juan había cumplido con cada uno de los vericuetos por donde lleva la vida a cada persona. Supo que con 72 y 36 no se hace una combinación que lleve a ninguna parte, pero insistió en creer que al final del túnel misterioso de la existencia le esperaba el espacio que todo hombre y mujer no se cansan de buscar, y que es todo lo opuesto a la soledad.

                Alguien seguro los habrá visto alguna ocasión hasta felices, y con la suficiencia que da criticar a quien se ponga enfrente habrá dicho, “eso no está bien y acabarán mal”.

                Lo repetirá hasta la saciedad a quien le pregunte, “siempre lo dije, siempre le advertí a uno y a otro. Hay edades para todo, hay con quién, pero con tantos años de diferencia no iban a ninguna parte. Lo que sucedió cualquiera lo hubiera anticipado”.

                La pobre de Obdulia apenas si tuvo tiempo de pensar que la amenaza iba en serio, cuando un golpazo en la nunca le nubló la vista para siempre. Seco el balazo, y luego otro, y otro.

                Don Juan simplemente se llevó la pistola a la sien, accionó por cuarta ocasión el gatillo y todo se fue al diablo. No había nada, absolutamente nada por qué seguir vivo.

                Pega el amor cuando pega. Lastima a los que se dejan dicen los que, cínicos, aseguran que esos asuntos son para niños y viejos. Pero pega siempre cuando menos se espera, y se da por hecho que la única ocupación después de una edad determinada es seguir el trayecto del río manso, quieto… ya casi sin vida.

 

Mil gracias, hasta mañana.

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

A las diez en punto de la mañana se escucharon tres detonaciones, una era mortal por necesidad al incrustarse en la nuca de la enfermera. La cuarta no hizo sino cumplir el destino que se había trazado el hombre enamorado. Todo había terminado en unos cuantos minutos, el mismo universo que se pulveriza cuando el que lo mira deja de existir, la historia que seguro tuvo los instantes precisos que provocan amar de manera absurda, porque está claro que no hay otra forma de hacerlo.