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Ladrona de ocasión

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LA GENTE CUENTA

Despierto absorto sobre aquel lecho, cubierto solamente por una sábana, absolutamente desnudo. En mi mente se agolpaban recuerdos, unos encima de otros, todos confusos, pero en todos estaba una dama de cabello castaño, ojos claros seductores y unos labios rojo carmesí, que a su vez escondían una sonrisa encantadora, sublime.
    La luz del día comenzaba a invadir mis pupilas, así que decidí tomar mis cosas, vestirme y comenzar a buscar respuestas. Justo cuando recojo mi camisa para ponérmela descubro una prenda que definitivamente no es de mi uso: un par de medias de red negras, adornadas con una cinta de encaje, y con un aroma fresco a perfume.
    Aquel aroma viajó directamente a los recónditos de mi memoria, en el momento en que departía con mis amigos una botella de licor, celebrando el fin de la soltería de uno de ellos: aquellos ojos claros y labios escarlatas de pronto llamaron mi atención, y quería a toda costa poseerlos.
    Me separé de mi grupo para ir en busca de esa mujer, que ya comenzaba a invadir mis sentidos, sus ojos de pronto penetraron los míos, su sonrisa me invitó a sentarme junto a ella, y entre copas y copas, los dos comenzamos a derribar las barreras: ya no parecíamos dos extraños, sino que éramos una especie de amantes de ocasión.
    Y de pronto, las cosas llevaron a otra. Subimos por unas escaleras, sus besos me extasiaron por completo, y poco a poco comenzamos a despojarnos de la ropa. Contemplé su rostro, su pecho, su regazo, su sexo. Cada centímetro de su piel lo tapicé con mis labios, a la vez que ella hacía lo mismo.
    Una punzada en mi cabeza, producto de aquella noche apasionada, me devolvió a mi realidad. Aún sostenía aquellas medias, las que en su momento las retiré de aquellas piernas. Las reparé una vez más, y una esencia a flores penetró mi olfato. De algo me convencí, tenía que encontrarla de nuevo.
    Bajé las escaleras de aquel bar, pero de ese tumulto ya no había nada, tan solo un hombre de canas, mandil y una escoba limpiando el local. El hombre, sorprendido, me preguntó cómo había llegado allí, le mostré la prenda, y el venerable solo movió la cabeza.
    -Ay amigo –palmeó mi espalda-. Dicen que esa mujer seduce a los hombres, se acuesta con ellos y les roba dinero. Temo decirte que fuiste su víctima.