La vieja Europa no modélica

La vieja Europa no modélica

El Faro

Europa es el paraíso de las guerras y de las confrontaciones nacionales y regionales de todo tipo. Los anhelos imperialistas de Napoleón. Las guerras franco prusianas del siglo XIX. La guerra civil en España, las dos guerras mundiales surgen directamente por enfrentamientos nacionales. La disgregación de la antigua Yugoslavia con las barbaridades que ocurrieron también se dio en suelo europeo. Actualmente conocemos lo que sucede entre Rusia y Ucrania. Todo esto por mencionar algunas luchas bélicas que han surgido en Europa desde el siglo XIX. Muchas más se dieron durante siglos anteriores.

Pero esto no es todo. Thomas Pikkety, en su obra Una breve historia de la Igualdad (2021), deja muy clara la estrategia general europea de someter a buena parte del resto del mundo a partir de medidas socioeconómicas coloniales. Durante siglos España, Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica…, saciaron sus deseos extensionistas conquistando superficies inmensas de territorios y saqueando para bien propio los bienes que en ellos había. Sus habitantes, prácticamente, pasaban a ser siervos o esclavos de los países conquistadores.

En buena parte del siglo XX esta última era la situación en el mundo. No hace tanto. Sería a mediados del siglo mencionado que esos territorios comienzan la efervescencia para conseguir su autonomía. Ahí tenemos que situar las independencias de muchos países africanos, de medio oriente, etc. 

Por supuesto, que aun teniendo ya su independencia en las manos, la dependencia económica de los nuevos países respecto de las metrópolis continuaba vigente. Pareciera que las luchas de Argelia que vivió Camus, que la lucha pacífica de Gandhi en la India o, posteriormente, el largo camino de Mandela en Sudáfrica, fueron hechos y eventos de hace mucho tiempo. Pero no hace tanto. 

Una vez que Europa alcanzó, desde la Segunda Guerra Mundial hasta finales de la década de 1980, el estado de bienestar, creyó que cualquier acción que desestabilizara su comodidad sería imposible. Creyó que todas las demás naciones deberían respetar esa situación porque la misma Europa lo decía. Cuando algún elemento osa poner en duda este deseo de confort, dígase Rusia o el Estado Islámico o el terrorismo o los barrios circundantes a París o…, Europa saca de la chistera su discurso democrático exhibiendo sus valores modernos que más le conviene. 

Europa se sentó en su sillón a contemplar cómo el resto del mundo los admiraba por la realidad de su proyecto común. Se sentó, sintiéndose superior al ver que vivía mejor que los demás. Se sentó a disfrutar el resultado de siglos de expolio solicitando que nadie recordara el origen de su bonanza. Y apareció Putin, con viejos impulsos bélicos y expansionistas de la Madre Rusia. Y todo parece que se viene abajo. Pero, realmente, no está pasando algo muy distinto de lo que ha pasado no mucho tiempo atrás.

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