“Cosa extraña, el hombre:
nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere”.
Facundo Cabral.
Dentro de la basura suelen encontrarse flores de notable belleza y aún joyas de valor incalculable. De igual manera, entre el alud de mensajes y videos que inundan hasta la náusea los tiempos y los espacios cibernéticos, aparecen algunos que valen la pena.
Un amigo muy querido envió un WatsApp, cuya autoría, corresponde a un tal Ozni Monroy; obviamente con enfoque religioso y fines prácticos en la, hoy tan de moda, literatura de autoayuda.
En un contexto laico, sin embargo, acicatea la reflexión, dentro de nuestro mundo, en el cual la ambición de “tener”, está por encima de la espiritualidad de “ser”:
Aunque la anécdota se ubica más en el campo de la leyenda, que en de la historia, el autor afirma que el célebre Alejandro Magno, muy cerca de su muerte convocó a sus generales para comunicarles su última voluntad, sintetizada en tres disposiciones: 1. Que su ataúd se llevara en hombros por lo mejores médicos de la época. 2. Que los tesoros que conquistó durante su corta, pero exitosa, vida guerrera (oro, plata, piedras preciosas, obras de arte…) se esparcieran por el camino hasta su tumba. 3. Que sus manos quedaran fuera del ataúd, a la vista de todos.
Un inquieto General, ante tan insólitas órdenes, preguntó a su moribundo caudillo: ¿Cuáles son tus razones? Alejandro contestó: primero, que los arrogantes médicos, admitan con humildad que su ciencia no vale nada ante la muerte y que sus hombros siempre cargarán con ella. Segundo: los tesoros que en el camino queden, harán ver a todos que los bienes materiales, en este mundo se adquirieron y en este mundo quedan y Tercero: que cuando mis manos se balanceen, sin ornatos, se entienda que hasta los más poderosos vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos, cuando se nos termina el único tesoro auténtico que tenemos: el tiempo.
Este tesoro es limitado. Podemos producir más dinero, pero no más tiempo. Al dedicar tiempo a alguien, le entregamos una parte de nuestra vida que jamás podremos recuperar. Me permito añadir: el tiempo no es dinero; el tiempo es vida; por eso el impuntual, aparte de ser un majadero, es un ladrón de vida.
La juventud mira el final de su vida tan lejano que no se ocupa de él. Conforme pasan los años, el determinismo generacional retira de nuestro entorno poco a poco a seres cada vez menos distantes. El joven piensa: “la muerte puede llegar a todos, menos a mí y a los míos”. Así, un día muere algún conocido; el ritual de acompañar a la familia no rebasa el ámbito de la formalidad social. Después un amigo; el impacto suele ser mayor, pero aún no se registra el dolor profundo de perder a uno o a los dos padres.
Dicen quienes atravesaron por esa experiencia que sobrevivir a un hijo, es lo más doloroso que puede sentir un ser humano.
Nadie pidió nacer, es cierto; este acontecimiento no es acto de voluntad, sino producto del fatalismo biológico o decisión de Dios, según las creencias de cada quien. Tampoco se eligieron: nacionalidad, familia, raza, color de piel, situación económica… todos encontramos un mundo ya hecho. Se confirma el apotegma gassetiano: “El hombre es él y su circunstancia”.
No sabemos vivir, es evidente. No tenemos quien nos enseñe a hacerlo. Todos nuestros maestros son improvisados, aprendieron por el viejo método del ensayo y el error. Según algunas corrientes filosóficas, esotéricas, religiosas… de moda, sufrimos el karma de nuestros ancestros y producimos el propio para que lo paguen nuestros descendientes.
En materia de poder y riqueza, se confunde el fin con los medios. Diariamente la información y la experiencia nos muestran ejemplos de personas que buscan amasar dinero y bienes materiales con obsesión patológica. Acumulan enormes capitales, lujosas propiedades, y todos los excesos imaginables para proporcionar a individuos y familias, estatus de privilegio en un país lleno de pobres. Me pregunto: ¿Es ése el sentido de vivir?
En el otro extremo ¿Por qué gente enferma, pobre, desahuciada, sola… no quiere morir? ¿Por qué se aferra a la vida desesperadamente? ¿Por qué la sociedad recrimina al Estado la vigencia jurídica de la pena de muerte? ¿Por qué todas las religiones y todas las comunidades censuran un acto supremo de libertad como es el suicidio? ¿Por qué profesional y humanamente se rechaza la eutanasia?
Complicado es el hombre: nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere (o no lo dejan), aunque se haya agotado su tiempo.
Febrero, 2017.