La vida no vale nada…

DE CUERPO ENTERO
    •    Muchos años hace que la esclavitud se vivía como una forma “natural” de convivencia


Hace muchos años, cuando como un proceso natural de la vida los pueblos, las ciudades y los países se fueron integrando, surgió la actitud a veces hostil o a veces ventajosa de obtener nuevas riquezas y magnas propiedades. Las confrontaciones aparecen otorgando siempre la victoria al más poderoso, y el papel de súbdito al derrotado; nacen pues los imperios y la hegemonía de los pocos sobre los muchos. San Francisco decía que el hombre fue hecho de mala levadura, y sea este o no el pretexto tal parecería que la historia se encarga de recordarnos, que en toda la trayectoria de la humanidad hemos caído en límites diversos en esto del valor a la vida.
    Muchos años hace que la esclavitud se vivía como una forma “natural” de convivencia, y el asesinato por la búsqueda de poderes oscuros, era una forma regular de la existencia humana; las leyes del levirato, de pernada, del Sati en la India etcétera, por decir algunas, arrinconaban la existencia a un valor ínfimo y muchas veces grotesco. Sin embargo, aun dentro de este movimiento arcaico de valores, existían elementos que promovían ciertas reglas de un juego que solía ser de muerte.
    Entre los antiguos caballeros el reto a duelo era una forma elegante de confrontar fuerzas; en la edad media las luchas cuerpo a cuerpo, arma contra arma, provocaban resplandores gigantes del choque de las espadas, y gritos agudos de muchos corazones partidos; las guerras históricas de pueblos antiguos nos hablan de estrategias inteligentes para, utilizando la astucia, derrotar al enemigo aún a costa de la vida misma. El valor a la vida se cifraba en aflorar el valor, la confrontación y el honor.
    Nunca la violencia ha generado equidad y tranquilidad, a veces provoca paz, pero en el fondo de los derrotados surge un odio tan grande que al paso de los años suele convertirse en la génesis de la venganza con sed de muerte. Sin embargo, el valor a la vida se percibía desde aristas más humanas.
    Hoy somos testigos en primera fila de una “guerra entre mexicanos”, donde día con día aumentan las cifras de homicidios de tal manera que ya hasta se nos hace costumbre. Queda claro que no se puede combatir a los sicarios con abrazos, y que con tristeza vemos que no existe ninguna estrategia para cumplir este objetivo.
    El Presidente López Obrador vive en un mundo a su modo, donde todo lo acomoda a su interés personal, aunque esto incluya el mentir o hacerse el desentendido con tomadas del pelo como la rifa del avión presidencial.
    Una estrategia del ejecutivo es la negación, o el aferrarse a “datos” que solo él conoce, el confrontar y denostar a los comunicadores que le son incómodos, o el exhibir a sus colaboradores con tanta saña que hasta dan pena. La violencia con muertes ronda por las calles, por las plazas y el colmo, por las casas.
    Muchas y muchos mexicanos están muriendo en este país magno que ahora camina a la deriva bajo el mando soberbio de un solo hombre. El valor de la vida debe ser total, y todos tenemos la obligación de hacerlo sentir desde la trinchera donde estemos. Vivimos la violencia como un péndulo de muerte que se agita cada vez más, y a todo esto le llamamos guerra.
    Vivimos un siglo XXI que se perfiló como la centuria de la comunicación, y donde el diálogo sería privilegiado antes que la mínima intención de ser violento; se anunció que durante estos cien años los procesos científicos sólo estarían por debajo de las buenas conciencias y hoy, sí, hoy, nos damos cuenta que hemos dado un brinco al pasado para demostrar al mundo que el diálogo no sirve, que las instituciones son nulas como la ONU, las Cámaras de Diputados y Senadores, los tribunales de justicia, que los gobernadores viven en sus feudos como amos y señores, aunque después para algunos los esperen los reclusorios, y lo más doloroso: que la vida no VALE NADA.
    Pase lo que pase, la VIDA será siempre el principio y el fin, la obra máxima, que ojalá la naturaleza nos dé la oportunidad de conservarla por muchos miles de días.

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