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LA VIDA COTIDIANA Y SUS TRAGEDIAS

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LA VIDA COTIDIANA Y SUS TRAGEDIAS

FAMILIA POLÍTICA

Vivir una vida ordinaria sin dejos de heroísmo en los aspectos familiar, económico, religioso, de relación amorosa, etcétera; es algo que no llega a romper los límites del chisme. Mucho se ha dicho que la vida de un pueblo chico tiene gran similitud con el infierno grande de cualquier comunidad; desde luego, porque en las redes aparentemente privadas de una persona o familia, se advierte alguna influencia ajena, la cual, sin embargo, incide en las relaciones de pareja o entre los padres y los hijos. Aunque se procure ventilar diferencias en forma cerrada, nunca falta la opinión de terceros, venga o no al caso.

Comienza el asunto con la interacción entre los dos, desde antes del noviazgo, hasta el advenimiento de hijos, nietos o más allá. Una pareja joven que de manera espontánea se casa, en una pequeña comunidad, tiene que afrontar el peso de los chismes, las intrigas y toda suerte de maledicencia que suele darse por los más diversos motivos. La envidia es uno de los más poderosos, aunque no haya motivo real para ello.

La intriga suele surgir de las confidencias, aparentemente de “buena fe”, las cuales no siempre resultan: “no se lo digas a nadie, pero…” Me pregunto ¿cuántos matrimonios en ciernes se han despedazado antes de tiempo por un comentario “bien intencionado”? No siempre, desde luego, es una simple confidencia traicionada, puede también subyacer el enojo, la envidia, el prurito banal de destruir por placer algo que parece destinado a feliz término.

Los habitantes de una comunidad grande, miramos el transcurrir del mundo como una telenovela, sin ver que, detrás de los personajes subyace una serie de emociones, inseguridades, celos, envidias, ambiciones y otras bajas pasiones que inspiran no solamente el alejamiento, sino otras conductas que pueden llegar a la violencia.

El relevo generacional no siempre es producto de la romántica relación entre padres, hijos y abuelos. Las herencias, por simples que sean, pueden inducir a reclamar a los viejos que, antes de retirarse de este mundo, sienten como obligación otorgar a sus hijos (y nietos) la mejor sucesión hereditaria que pueda garantizar el dominio, uso y disfrute de uno o varios bienes para mejorar su nivel de vida e, incluso, proteger a los miembros de las siguientes generaciones.

Hasta en las mejores familias se ven los pleitos entre algún heredero que algo alcanza y otros que se quedan frustrados porque el haber hereditario no alcanza para todos. Los juzgados se llenan de disputas entre aquellos que debieran estar unidos por la gratitud familiar y el recuerdo de sus muertos patriarcales.

Es verdaderamente triste encontrar hermanos que aborrecen a sus hermanos, porque sus padres comunes decidieron heredar a unos y no a los otros; pero no alcanzan a considerar que la tierra y sus frutos no crecen al ritmo de las familias y aunque los patriarcas quisieran heredar a todos por igual, simplemente no alcanza.

Lo anterior no se da solamente en núcleos familiares de baja extracción económica o social; también se advierte en acaudalados personajes para quienes tiene mayor jerarquía la posesión o propiedad de un bien, que el amor que deberían profesar entre hermanos por el recuerdo de sus ancestros.

¡Qué engañoso es el panorama de la familia feliz! La sonrisa de los niños, el inocultable orgullo de los abuelos, la frustración de los padres que no lograron conquistar metas a la altura de sus aspiraciones y de las esperanzas de sus viejos. La realidad se impone como una fuerza determinista que no consiguió “al final de su rudo camino, ser el arquitecto de su propio destino”. 

En otros tiempos, la celebración de un matrimonio era la siembra de esperanzas para los padres de ambos contrayentes. El advenimiento del primer hijo, motivo de gran orgullo y esperanza; pretexto para grandes fiestas de bautizo y presunción ilimitada del núcleo familiar. Era claro, los noviazgos que culminaban en matrimonio eran sólidos y duraderos, baluartes de la permanencia familiar.

Hoy, por desgracia, contraer nupcias es una ceremonia en decadencia; efímero pretexto para una celebración, más allá de los requerimientos legales.

Antes, la adopción del régimen de Sociedad Conyugal era prácticamente la regla, la excepción era la Separación de Bienes; hoy, ambos regímenes tienen porcentajes similares en la relación dentro de los contratos matrimoniales, lo que habla de la falta de confianza, aun cuando existan sinceros juramentos. Dicen los filósofos que el amor eterno dura tres meses.

Resulta clarísimo que las estadísticas reflejan una efímera duración de los matrimonios y cada vez hay menos, pues los jóvenes, tanto hombres como mujeres, rehúyen las ataduras de por vida; prefieren comprometerse en uniones “Light” o, de plano, permanecer solteros, aunque tengan hijos.

Ésta es la triste evolución de la familia en el mundo. Es una parte de las pequeñas tragedias que se dan en el seno de la vida cotidiana.