La última salida

Terlenka
El conocimiento de lo que nos hace débiles, de aquello que nos aterra y conmociona es una estación necesaria dentro de la incierta ruta que toma el tren de una vida entera

Un libro o una obra de arte perturbadores no pueden más que ser considerados como un inesperado beneficio para la sensibilidad humana. El conocimiento de lo que nos hace débiles, de aquello que nos aterra y conmociona es una estación necesaria dentro de la incierta ruta que toma el tren de una vida entera. A ello quiero referirme con esta breve anécdota. Más de veinte años atrás, frente a la entrada del metro Coyoacán se plantaba un puesto de libros callejeros. Una manta opaca en la banqueta, cincuenta libros colocados en orden sobre esa manta, y un hombre maduro y algo displicente vigilando el puesto y en espera de algún comprador. Cierto día me detuve a examinar la oferta y compré un libro que se ofrecía a tan sólo ¡cinco pesos! Se trataba de “La última salida a Brooklyn”, de Hubert Selby Jr. Una semana después volví al puesto callejero y compré el mismo libro (Editorial Edasa; 1972), y así lo hice durante cerca de cuatro meses hasta que logré acumular veinte volúmenes de la novela habiendo invertido en todos ellos la humilde cantidad de cien pesos. Debo aclarar que el vendedor ofrecía solamente un libro de este título ya que llevaba sólo un ejemplar de él en su equipaje.
Cierta mañana volví a pasar a un lado del puesto e intenté realizar una acción similar, pero el vendedor me informó que el libro había aumentado de precio a quince pesos. Él seguía los designios de la ley de la oferta y la demanda y seguramente pensaba para sus adentros: “Este tipo es un revendedor y se está forrando a mis costillas.” Aun así me hice del ejemplar y en los siguientes dos meses sumé otros siete libros hasta que el vendedor, intrigado y decidido subió el precio de la novela a cincuenta pesos. Entonces me rendí y decidí que allí terminaba la aventura. De los veintisiete libros acumulados, hoy conservo nada más un ejemplar. El resto lo obsequié a mis amigos de aquel entonces, o a personas que, en mi opinión, disfrutarían de su lectura. Como es de sobra conocido, a mitad de los años sesenta, esta novela fue prohibida en la Gran Bretaña y mereció un juicio o proceso legal por contravenir a las buenas costumbres de la sociedad inglesa. Demasiada violencia y escenas explícitas de sexualidad, alusiones desmedidas de homosexualidad y perversión humana fueron las causas del espanto. A los magistrados y al parlamento británicos no les horrorizaba la sangrienta guerra vivida veinte años atrás, pero la novela de Selby Jr. les parecía un peligro para la juventud y las impolutas conciencias británicas. Anthony Burgess (ordinariamente célebre a raíz de su libro Naranja mecánica), se dio a la tarea de defender la novela de Selby Jr. Además de señalarla como una muestra de la corrupta sociedad urbana y apuntar que tal sociedad existía realmente y el escritor sólo se había dedicado a narrar con precisión notable la depravación de las calles de Brooklyn, la comparó con obras como Manhattan Transfer y The Big Money, de John Dos Passos (yo añadiría, por supuesto, a Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin). Burguess se preguntaba: “Cómo ha podido ser considerado obsceno (o sea, escrito con vistas a depravar y a corromper) este libro honrado y terrible, es uno de los pequeños misterios de nuestra década.” Esta novela desesperanzada, trazada por imágenes repugnantes y abocada a mostrar la imposibilidad de la regeneración o salvación humanas no puede más que ser gratificante para cualquier lector sensible y de mirada atenta. Pues bien, yo logré obsequiar veintiséis libros de esta novela y creo que sólo a causa de tal hecho, en apariencia insignificante, puedo afirmar que en esta vida he realizado más bien que mal.
En “Diario del ladrón”, la novela de Jean Genet, algunos de cuyos ejemplares también obsequié, mas no empujado por la enjundia y la satisfacción con que divulgué la novela de Selby Jr. se lee en las primeras páginas que: “la violencia es una audacia en reposo enamorada de los peligros”. Esa violencia latente nos acosa, y es perniciosa tanto cuando estalla que cuando se anida en reposo y se da a la espera. Cuando se habitan ciudades donde la violencia dormita y despierta a diario tomando víctimas inocentes y amargando la vida de las buenas personas, las novelas son capaces de mostrar el infierno urbano y, en algunos casos, atenuarlo civilmente en cuanto amplían el conocimiento de la maldad humana y de sus consecuencias. Años después de que repartiera mis libros de Selby Jr, vi la película basada en su obra: “Last Exit to Brooklyn”, de Uli Edel, y no me decepcionó, aunque de ninguna manera causó en mí los incomparables estragos de la novela que le dio origen. Hoy que he vuelto a repasar sus páginas tengo la certeza de que ya ni siquiera hay una última salida y que en las ciudades uno se golpea, sin cesar, la cabeza contra un muro.

CIERTO DÍA ME DETUVE A EXAMINAR LA OFERTA Y COMPRÉ UN LIBRO QUE SE OFRECÍA A TAN SÓLO ¡CINCO PESOS! SE TRATABA DE “LA ÚLTIMA SALIDA A BROOKLYN”, DE HUBERT SELBY JR. UNA SEMANA DESPUÉS VOLVÍ AL PUESTO CALLEJERO Y COMPRÉ EL MISMO LIBRO (EDITORIAL EDASA; 1972), Y ASÍ LO HICE DURANTE CERCA DE CUATRO MESES HASTA QUE LOGRÉ ACUMULAR VEINTE VOLÚMENES DE LA NOVELA HABIENDO INVERTIDO EN TODOS ELLOS LA HUMILDE CANTIDAD DE CIEN PESOS

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