La tragedia no es nuestro destino

CONCIENCIA CIUDADANA

La historia nacional contiene hechos poco conocidos por las jóvenes generaciones, ignorantes en gran medida de los sucesos que conformaron a México, que intencionalmente fueron eliminados de los planes de estudio no sólo de la enseñanza básica y la media superior sino, por increíble que parezca, hasta de las carreras profesionales destinadas a la administración pública y la política profesional.
Uno de esos episodios es el conocido como “La decena trágica”, acaecido durante la Revolución Mexicana y que hoy ronda la mente de algunos a quienes empieza a preocuparnos la similitud del escenario político actual con ese episodio de la Revolución Mexicana.
Para entender la semejanza de ambos escenarios, tenemos primero que explicarnos por qué a un hecho histórico se le puede calificar como tragedia. Una tragedia es un género dramático que presenta, con estilo ilustrativo y ejemplar, acontecimientos remotos cuyos personajes se mueven en una atmósfera circular de la que nada ni nadie puede evadirse; en la que la suerte de cada uno de ellos está decidida por el Destino -que en la Grecia clásica se conocía como una divinidad, la Moira-; cuya balanza  se inclina hacia uno u otro lado sin darles a los hombres la menor posibilidad  de desviar por su cuenta la fortuna que les ha tocado en suerte.  
Así pues, la historia se puede leer como una tragedia cuando los actores de un acontecimiento asumen un papel que les ha impuesto el destino o las circunstancias, siendo incapaces de evitar que sus augurios se cumplan. Incluso el pueblo interviene como un espectador situado en el foro a la manera de un “coro”, sin poder alguno para influir en la solución de los acontecimientos y condenado a implorar a los personajes prudencia, sensatez o misericordia.
Con estos elementos es posible entender por qué la Decena Trágica de 1913, donde fueron asesinados el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez por el chacal Victoriano Huerta resulta tan actual, vigente y aleccionadora para los mexicanos actuales.
    Por eso es que hoy, al igual que entonces, el enfrentamiento entre las fuerzas decididas a romper con la maldición del pasado y las que se resisten a permitirlo a cualquier costo, parece anunciar la posibilidad de una    tragedia nacional similar a la que en aquel lejano año dio paso a la etapa más violenta de nuestra historia.
Madero triunfante, se levantó entonces como el líder del cambio y el adalid de la democracia que llega al poder por una reacción cívica decidida a derrotar las fuerzas que le oprimen material y espiritualmente. Su triunfo levanta entusiasmo y confianza en las masas convertidas en electores, pero las oligarquías de la dictadura se resisten a aceptar la derrota con odio y amargura, dos poderosas fuerzas que alimentan su sed de venganza y la ilusión de recuperar el poder que creen suyo por derecho propio.  
Hay condiciones que le permiten alimentar sus propósitos: el movimiento popular ha triunfado electoralmente, más no políticamente, pues el poco tiempo que llevó a Madero organizar la insurrección y derrocar al dictador Díaz no dio oportunidad a los rebeldes para desarticular la vieja maquinaria dictatorial; debilidad aprovechada por los políticos del viejo régimen para incrustarse en ministerios, magistraturas, legislaturas, mandos del ejército y la alta burocracia. Madero, el demócrata y conciliador, se ve rodeado entonces por personeros del pasado que mediatizan sus esfuerzos de cambio y obstaculizan las demandas de sus seguidores.
Fraguando su regreso al poder desde el interior del gobierno maderista, los políticos del pasado porfirista encontraron un aliado inestimable en la prensa venal, nacida al amparo de la dictadura, a quien queman incienso a cambio de jugosas prebendas y millonarios negocios. Tras el destierro de su patrocinador, la prensa es más libre que nunca, pero su envilecimiento innato le impide respetar al gobernante democrático que nunca la acalló ni la compró; pero que tal vez por eso mismo, se convirtió en el blanco favorito de sus invectivas.
No faltaron tampoco los intelectuales y literatos de gran renombre dispuestos a participar en el frente anti maderista; aportando su fama académica y literaria al gran propósito de desacreditar a Madero ante el incipiente sector ilustrado formado por pequeños empresarios, profesionistas exitosos, empleados diligentes o hacendados y familias “bien” durante la “paz porfiriana”,  persuadiéndoles a considerar a  Madero  como un ser minúsculo, torpe e inepto;  incapaz de conducir al país con la mano dura con la que el viejo dictado hizo obedecerse.  
   Madero no quiso, tal vez porque ponderó con razón que romper con los vicios del pasado e inaugurar un país moderno llevaría a un rompimiento social sangriento, no hacer uso de la fuerza ni la corrupción para imponer su mandato. Por eso prefirió perdonar a las fuerzas económicas y políticas del pasado y mediatizar las urgentes demandas sociales que le exigían sus seguidores, no porque desearan sabotear a su propio gobierno; sino porque entendían que si no lograban alcanzar sus reivindicaciones con Madero, difícilmente podrían esperar una nueva oportunidad para alcanzarlas.  
Como en una tragedia clásica, el resultado fue el esperado: la combinación entre el activismo de las clases privilegiadas saboteando desde arriba la gobernabilidad  junto a la desmovilización de  las mayorías armadas con las que el presidente logró terminar con la dictadura y  la mediatización (“idiotización” es otro término apropiado) de las clases medias oportunistas con  la  guerra sucia  de los medios de comunicación- la llamada entonces  “prensa fifí”-,  al servicio de la oligarquía porfirista,  amén de otros grupos de influencia  y  la participación activa del embajador norteamericano Henry Lane Wilson en el derrocamiento y el asesinato de Madero  durante la Decena Trágica de 1913, contribuyeron al  derrumbe del primer gran intento  histórico de  transición pacífica de poderes en México, inoculando en el pueblo mexicano un escepticismo generalizado en el poder de su voto, que solo hasta 2018 pudo ser vencido de manera  contundente.  
Con todo, la política no debe reeditar los errores del pasado, porque gracias a la historia, tiene la posibilidad de comprender las causas que los provocaron y superarlos inteligentemente. El destino al que se la tiene condenado por las fuerzas hegemónicas del pasado no puede determinar el futuro si la conciencia ciudadana es capaz de comprender la trampa que se le tiende respondiendo con atención, inteligencia y valor a los retos que le salen al paso. Si no olvida su pasado, la nación mexicana sabrá superar los retos del presente sin tragedias de por medio.
Y RECUERDEN SIEMPRE EXIGIR QUE “VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS YA CON NOSOTROS A TODOS ELLOS”.  

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