La Tolerancia

FAMILIA POLÍTICA 

“Señores: la Intolerancia

es hermana de la Guerra.

Quien a su razón se aferra,

De sinrazón da constancia”.

 

¡Qué difícil es tolerar!  Todos los seres humanos, en cuanto adquirimos la facultad de pensar y la conciencia del libre albedrío nos sentimos monopolistas de la verdad y de la razón.  El Diccionario de la Real Academia Española define: “tolerancia. (del latín tolerantia). Acción y efecto de tolerar. Respeto o consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras”.

            Lo dicho: ¡Qué difícil es tolerar!  Cuánto sufre un niño para adaptarse a las reglas que rigen a la gente, sin su opinión, en un mundo cuyo modelo, los progenitores se encargan de imponer, con el lógico precio del sometimiento generacional.

            En sentido opuesto, cuánto sufren los padres para repetir los esquemas que pusieron marco a su proceso de integración a una sociedad que, cuando llegan a la adultez, ya no existe porque cambiaron las circunstancias.  Quien sea padre (o madre) debe investirse de santidad y paciencia para tolerar los berrinches infantiles, las ansias adolescentes de identidad, los titubeos juveniles y aún los fracasos en adultos unidos por vínculos de sangre.  En familias pequeñas o numerosas, se dan casos de rabiosa intolerancia entre sus miembros y en el mejor de los casos, el establecimiento de una sana distancia que suele interrumpirse por la muerte.

            La escuela tradicional se regía por dogmáticos principios. Ejemplos: “La letra con sangre entra”, para justificar severos castigos a los “burros” y “Magister Dixit” (el Maestro lo dijo), como suprema instancia académica, infalible, omnisciente…  En la actualidad, el principio de autoridad parece relajado y hasta inexistente, sobre todo en instituciones orientadas hacia la libre iniciativa, como los colegios Montessori.

            Las universidades cumplen su doble rol mediatizante y al mismo tiempo generador de insurrecciones académicas y/o políticas.  Dentro de la propia educación superior, están las instituciones que  no se rigen por procedimientos democráticos, propios de la autonomía, sino por disposiciones unilaterales, de naturaleza administrativa.  La ignorancia de estos principios jurídicos hace que, por ejemplo, alumnos del Instituto Politécnico Nacional, pretendan nombrar por votación a sus directivos sin fundamento legal alguno, ante la “tolerancia” de las autoridades educativas.

            “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, decía Salvador Allende, el célebre mártir de la izquierda chilena.  La cultura trae consigo gérmenes de crítica, inconformidad, reto, confrontación con todo símbolo de autoridad.  Ser padre, educador, ministro religioso o funcionario en cualquiera de los tres poderes u órdenes de gobierno, exige un altísimo umbral de serenidad y paciencia; entender que la democracia no sólo admite sino exige la disidencia como condición dialéctica de su propia existencia. En términos aristotélicos, podríamos decir que la tolerancia es el justo medio entre la Anarquía y el Totalitarismo.

            Todo Estado tiene un gobierno. Todo gobierno genera su propia oposición.  Al poder, decía Maquiavelo se llega por dos vías: la voluntad del pueblo o la fuerza de las armas.  Estos dos caminos, son de ida y vuelta.  También son viables para que el poder cambie de manos, independientemente de su grado de legalidad y/o legitimidad.  El papel de la oposición es estar al asecho para convertirse en gobierno, de “jure” o de “facto”.

            Una parte cada vez mayor en la ciencia y arte de gobernar consiste en prevenir, confrontar y resolver conflictos, con respeto a las libertades constitucionales y a los derechos humanos.  El estilo personal de gobernar del que hablaba Cossío Villegas, se encuentra herido de muerte.

            La opinión pública, por ignorancia o por mala fe, en todo acto genocida no identifica a los causantes directos; cómodamente exige al gobierno en su conjunto, al mandatario en turno, soluciones que están fuera del alcance del mismísimo Dios. Hay quienes nutren en el dolor auténtico, banderas mercenarias para agredir impunemente a la misma sociedad a la cual dicen defender. Buscan y en no pocos casos obtienen la solidaridad nacional e internacional de quienes, como ellos, rechazan “a priori”, cualquier explicación en busca de la verdad científica o jurídica.

            No debe ser el voluntarismo vía para prolongar los conflictos sociales y menos para hacerlos “modus vivendi”. Los argumentos que expuso recientemente el Procurador General de la República, reflejan la búsqueda de una verdad metodológicamente fundamentada que puede ser dolorosa, pero es la verdad.  Ante el desorden, el Gobierno ha sido condescendiente, aún en detrimento de su propia imagen, mientras la sociedad camina entre la desconfianza y el hartazgo.

            Los límites entre la tolerancia y la debilidad son tenues, frágiles, difíciles de distinguir; sin embargo sobre ese filo se construyen los cimientos del Estado de Derecho y la gobernabilidad.

Related posts