LAGUNA DE VOCES
La mejor forma de mirar el cielo es con la profunda seguridad de que en algún lugar del firmamento, una civilización parecida a la nuestra llegó a su fin sin enterarse que a millones de años luz que nos encontramos, esperamos con ilusión la confirmación de que no estábamos solos.
Sin embargo en el último minuto de vida en ese planeta parecido a la Tierra, uno de sus sabios más ilustres dio con el disco bañado en oro, pero fundamentalmente supo descifrar los signos, las imágenes, pero esencialmente dio con la música de un hombre de cabellera revuelta y sonidos de esperanza. Supo que era su obligación anunciar que, aunque el fin era inminente, no estaban solos en ese universo sin principio ni fin, que otros seres vivos también habían buscado por siglos enteros la señal de que no estaban condenados a la soledad.
Todavía hubo tiempo para el gran anuncio, que por momentos despertó en algunos líderes el recuerdo de los tiempos en que destruirse unos a otros no era su objetivo.
Lloraron porque la cuenta regresiva para que su planeta estallara en mil pedazos no podría detenerse. Solos en el firmamento, habían perdido la fe de encontrar otros con iguales sueños, iguales equivocaciones, hasta iguales dioses que les dieran la enseñanza esperada de la paz y el amor, el amor y la paz como estuvo de moda en ambas pelotas flotantes en el espacio.
Desde la Tierra alguien captó la última señal de radio enviada por esa civilización.
También era tarde para todo. Fueron miles de años los que tardó en llegar ese mensaje, tantos como los últimos del planeta azul, tantos como el olvido de ese primer navío enviado al firmamento con datos exactos de dónde encontrarnos, dónde saber que no estaban solos, no estábamos solos.
Después vino el silencio absoluto en un callejón sin fin, en un lugar donde calló para siempre la esperanza, la palabra que buscó y buscó donde ser escuchada.
Cuando menos en aquel lejanísimo planeta, supieron que no habían sido aventados al espacio por algún Dios olvidadizo. Descubrieron que para acompañarse les inventó una civilización llamada terrícola, un planeta hermoso como pocos, y una curiosidad sin límites de sus habitantes.
No quedó ninguno para esperar que de esa tierra solitaria llegara un nuevo aparato con mensajes, pero al morir el último encargado de recibir la correspondencia interestelar, dejó a manera de despedida, una lámpara que prendía y apagaba a intervalos calculados dirigida exclusivamente a la Tierra.
Minutos antes de que aquí pasara lo mismo que en ese planeta origen de luces misteriosas, fue descubierto e interpretado el mensaje: “lo sentimos tanto, no pudimos conservar la esperanza de conocerlos. Lo sentimos tanto. Solo el amor salva de la soledad a seres vivos como ustedes, como nosotros. Sin amor nadie puede sobrevivir “.
El universo quedó solo cuando el último hálito de vida se dio en la Tierra. Difícilmente se darán de nueva cuenta las condiciones que un día cualquiera dieron origen a dos hermanos en dos lugares que de tan lejanos, siempre estuvieron ciertos que el otro no existía.
Solos lograron sobrevivir, para luego perecer.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta