Home Nuestra Palabra Prisciliano Gutiérrez LA SANGRE EN LAS LETRAS.

LA SANGRE EN LAS LETRAS.

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“¿Qué es un poeta normal?
La respuesta es sencilla:
Un poeta normal no tiene sentido.
El mismo hecho de ser poeta excluye la normalidad.
Ningún hombre normal, ningún hombre ordinario es un poeta”.

Shakespeare reencarnado.

Dicen que un escritor creativo debe ser infeliz; arrastrar cadenas de melancolía, vivir un presente hostil y prever un negro futuro; ser misántropo o misógino recalcitrante, alcohólico, adicto, o bipolar, para subir o bajar en su percepción de la realidad, como si fuera una luz multicolor en un salón oscuro.

Sin duda, bajo la influencia de Posteguillo, me puse a meditar acerca de la relación que la sangre y/o la muerte tienen en la historia de la literatura.  Grandes y pequeños personajes: poetas, novelistas cineastas…  viven en medio de tormentosas circunstancias que, en múltiples casos los conducen a propiciar su asesinato o a abrir la puerta (no sé si falsa o verdadera) del suicidio.

Algunas obras trascienden por la forma en que murieron sus autores, tanto o más relevante que sus propias vidas o sus valores estéticos.

Aún recuerdo la voz de mi querido maestro, Don Jesús Ángeles Contreras, cuando relataba en su clase de Literatura Hispanoamericana, cómo un soldado de origen italiano, en la ciudad de Puebla (Nueva España), se enamoró de una bellísima mujer de verdes ojos, a quien dedicó su inmortal madrigal: “Ojos claros, serenos, / si de dulce mirar sois alabados / ¿Por qué si me miráis, miráis airados? / si cuanto más piadosos, / más bellos parecéis a aquél que os mira. / No me miréis con ira / porque no parezcáis menos hermosos / ¡Ay tormentos rabiosos! / Ojos claros, serenos / ya que así me miráis / miradme al menos.”  Aún quedaba el eco de estos tiernos versos al término de una serenata, cuando salió el marido y a puñaladas terminó con la vida del osado vate.

Claro, cuando la realidad se hace leyenda, cada cuenta cuentos tiene su versión.  Lo importante no es la verdad, sino la magia.

El mismo Ángeles describía los arrebatos del veracruzano Salvador Díaz Mirón, quien privó de la vida a un paisano, por el horrendo crimen de pegarle a un burro.  Sí, el mismo poeta que escribió: “Los claros timbres de que estoy ufano / Han de salir de la calumnia, ilesos. / Hay plumajes que cruzan el pantano / Y no se manchan, mi plumaje es de ésos / También en un exceso de poética lambisconería escribía en su periódico El Imparcial: “Hoy tuvimos la visita del magnánimo Presidente, Victoriano Huerta y a su paso dejó un perfume de gloria”.

El coahuilense, Manuel Acuña, entonces estudiante de medicina, conquistó un lugar en las letras nacionales por su poema Nocturno, que dedicó a su romántico y desdeñoso amor, Rosario de la Peña; musa y protectora de los mejores poetas y escritores de su tiempo.  Después de versificar: “Pues bien, yo necesito / decirte que adoro / decirte que te quiero / con todo el corazón…”  Se suicidó.

En el ámbito universal: Ernest Hemingway, reconocido taurófilo, borracho, mujeriego y dueño de otras cualidades similares (jamás se le conoció alguna mala), ganó el Premio Nobel de Literatura por novelas como El viejo y el mar, Por quién doblan las campanas y otras.  Se cansó de la vida y un día antes de cumplir sesenta y dos años, se voló la cabeza con una escopeta de doble cañón.

Virginia Woolf, célebre novelista inglesa, llenó sus bolsillos de piedras y se sumergió en el río Ouse, cerca de su casa.  Tenía cincuenta y nueve años.

Alfonsina Storni, poeta argentina (suiza de nacimiento).  Su suicidio dio origen a una bellísima canción: “Alfonsina y el mar”, su letra refrenda el mito de que voluntariamente caminó entre las olas hasta hacer con espumas marinas su mortaja.

Alexander Pushkin a quien algunos consideran el escritor ruso más grande de todos los tiempos, murió en duelo contra un oficial francés de nombre D’anthés.  El zar Nicolás I, lo consideró “El hombre más inteligente de Rusia”.  El genio agonizante sonreía, como si se burlara del dolor y de la paradoja de su tonta muerte.

Emilio Salgari, dice Posteguillo: “autor de las novelas de piratas más vibrantes jamás escritas, se quitó la vida con un cuchillo malayo abriéndose el vientre y cortándose el cuello según el rito japonés del Seppuku o Hara-kiri.  Su cuerpo fue descubierto por una gran mancha roja que emergía de la nieve blanca que cubría el bosque de los alrededores de Turín.  Sus novelas alcanzaban en su tiempo hasta cien mil ejemplares; sin embargo sus editores siempre le pagaron muy mal; muchos de mi generación y anteriores, hemos surcado los mares con Sandokán, con todos sus grandes piratas y lobos de mar; hemos disfrutado de increíbles aventuras gracias a su ingenio.  Autores de la talla de Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Isabel Allende o Umberto Eco, lo disfrutaron de niños, y lo recuerdan siempre con enorme afecto”.

Edgar Allan Poe escribió con su propia muerte su último relato de misterio.  Siete hipótesis (todas relacionadas con el alcohol) circulan en torno a su causa, sin que ninguna sea contundente.  Sólo se sabe que murió el siete de octubre de mil ochocientos cuarenta y nueve.

También aportaron su sangre a las letras, Ágatha Cristie, Federico García Lorca y muchos más, pero… ésas son otras historias.

Septiembre, 2017.