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La ruta hacia el sol

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La ruta hacia el sol

LAGUNA DE VOCES

Esperamos que llegue la primavera, que el mal carácter de febrero abarque, como dice la tradición, solo un poco del marzo primaveral, del calor que abre los pulmones, tan temerosos de respirar en un invierno que todavía supo cargarnos de amargura y tristeza.

     Vendrá la primavera y eso, de alguna forma nos consuela, porque puede significar que por fin tendremos una tregua con la muerte, tan de plano emperrada en oscurecer los que, intuimos, empezarán a ser los últimos años de nuestro paso por la Tierra.

     Somos otros, absolutamente  otros, en comparación a los que se asomaban a los meses de enero con la curiosidad que solo la certeza de ser eternos puede otorgar.

     Tarde o temprano todos descubrimos que somos tan efímeros como los fuegos de artificio, esos que tanto nos gustaban en la niñez. Desde este año dejamos simplemente que la vida, no la muerte, cumpla su cometido con nosotros. Y la vida sabe su oficio, su responsabilidad infinita para enseñarnos con paciencia infinita el arte único de que sepamos despedirnos.

     Por supuesto, no es un canto al pesimismo, mucho menos al desconsuelo. Es un himno a la vida, porque finalmente aceptamos que el principio de las cosas también lo es del final.

     Así que no hay problema, ya conocemos el mecanismo y está bien, aceptamos que dimos tanta importancia a lo que no valía en realidad la pena, que olvidamos lo esencial.

     Me prometo no volver a perder el tiempo en creer que el destino de la humanidad lo pueden hacer personajes a los que les colgamos el calificativo de “históricos”, porque no lo eran, en realidad casi ninguno lo es.

     Lo fundamental escapa a los cuentos de historia, a las leyendas con que nos dormimos, a la creencia que teníamos de que era verdad que la inmortalidad acompaña a los personajes de estampita, a lo mejor más reales que los fabricados en discursos para justificar el abuso que un creyente de esas historias comete a diario.

     Como quieran ya casi en marzo.

     Y somos otros, porque el dolor da forma a los que se encuentran con su propia y definitiva seguridad de  que las estaciones, si acaso, sirven para indicar la llegada del calor y el frío.

     Por lo tanto de los meses para andar a salto de mata, para que un mal respiratorio no se convierta en pase de abordar en el viaje final.

     Mejor caminar, vivir con la infinita paciencia del que sabe su destino, su ruta, y logra inventar todos los días un argumento valedero para que se lo valgan en cualquier auditoría celestial.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: Jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

Twitter: @JavierEPeralta